«Sobre una pedagogía poética en la distancia”.
Convertirse en lector vale la pena, lectura a lectura, vuelve astuto al pensamiento, ofreciendo diversos puntos de vista y ensanchando el horizonte de las significaciones más profundas.
Luego surgen las expresiones que brindan ocasiones transformativas, ahí en la pedagogía poética que favorece encuentros y propicia la inspiración. El arte de la pedagogía y el análisis artístico de la estética embellece sus manifestaciones en las coordenadas de la historia.
La Subsecretaría de Educación Superior presenta una producción de la Psicóloga María Elena Hechen del ISET 18 “20 de Junio” de la ciudad de Rosario “Sobre una pedagogía poética en la distancia”. Se gradece la generosidad de compartir con el colectivo del nivel superior tal producción reflexiva y comprometida en garantizar el derecho a la educación.
¡Muchas gracias María Elena!
Subsecretaría de Educación Superior.
Mg. Patricia Moscato.
"Sobre una pedagogía poética en la distancia”.
Aprendizajes en un paisaje de pandemia.
María Elena Hechen
Psicóloga (UNR). Téc. Sup. En Fotografía (ISET 18)
Especialista en Cs. Sociales con mención en Currículum (FLACSO)
Foto de portada: María Elena Hechen
El presente texto se propone un recorrido presentando tres momentos que organizan la travesía: el paisaje de la pandemia y las modificaciones de sus coordenadas espacio-temporales; las estrategias didácticas con la inclusión de algunas experiencias personales y finalmente el lugar de la esperanza.
El paisaje psíquico de comienzos de año se dibujó con palabras como miedo, incertidumbre y angustia, la pandemia produjo un impacto directo en nuestra cotidianeidad. De repente el trabajo educativo virtual invadió la vida privada y estas nuevas prácticas laborales se instalaron y los hogares pasaron a funcionar también como escuelas.
La ausencia de límites físicos en nuestros espacios trajo confusión en cuanto a horarios y días laborales, situación que se replicaba en los dispositivos en los que recibimos notificaciones a través de las mismas aplicaciones, se tratara de cuestiones familiares o académicas.
Un clima de incertidumbre se sentía en los primeros momentos de la pandemia, las fake news, el aumento del número de infectados, los miedos relacionados con el contagio, la enfermedad y la muerte, todo eso tuvo un impacto psíquico importante en la población, aunque luego de la disrupción la gran mayoría de las personas pudo ir volviendo a su habitualidad previa.
Es interesante señalar que para algunas personas que tienen sus necesidades materiales satisfechas la cuarentena produjo una situación de alivio, por la obligatoria disminución de exigencia de productividad laborales, sociales o de éxito personal por conllevar una disminución real de sufrimiento psíquico.
La cuestión del espacio y la pérdida de privacidad
Nuestros cuerpos y mentes están muy influenciados por los lugares que habitamos y las calles que transitamos y por lo tanto el virus además de ser un problema sanitario, debería ser pensado como un problema arquitectónico.
El lugar donde vivimos no fue pensado para ser habitado las 24 horas del día ni para que desarrollemos allí las actividades laborales que ahora se han vuelto públicas. En esta situación de convivencia permanente con otrxs, el soporte físico que suponen las paredes de nuestros hogares no es adecuado.
En el contexto de confinamiento la fluidez de la conversación virtual tuvo mucha importancia, porque era (y es) lo más parecido que tenemos a la relación presencial. Al no ser factible por la falta de privacidad de los espacios disponibles, los baches de tiempo producidos entre los audios o los mensajes se transformaban en desencuentros que incrementaban la indeseada distancia.
El hecho de no tener ninguna flexibilidad para reuniones sociales desde el 20 de marzo, implicó la adopción de una serie de gestos que se volvieron costumbres: cerrar la puerta para reunirse con otros, en nuestro caso para dar clase, lo que requería consenso y negociación de los usos de los espacios con el resto de convivientes.
La pérdida de la privacidad y de la intimidad tuvo una repercusión en la construcción de las relaciones y produjo una reestructuración de los vínculos. El diseño de los espacios que habitamos no es inocente, contribuye a la construcción de identidad y subjetividad. En el cruce entre planeamiento urbano, arquitectura y pandemia, hay personas con sus mundos sociales y afectivos.
Al no ir a la escuela no había un corte escénico, permanecíamos en nuestra casa y ahí mismo debimos performar nuestro rol docente, lo que no resultaba fácil en medio de un espacio compartido permanentemente y con un fondo-puesta en escena para la nueva performance social. Que las plataformas ofrecieran fondos predeterminados era interesante porque mostraba la necesidad social de ocultar y proteger los espacios y elegir cómo mostrarse en escena. Paradójicamente, también, en una era donde mostramos todo en las redes sociales, en situación de confinamiento en nuestras casas, no había mucho que visibilizar.
En este contexto la privacidad pasó a ser aquello que quedaba en el espacio off de la cámara, fuera del ojo público, de la cámara frontal de nuestros celulares o de la computadora, siendo eso lo que realmente nos pertenecía.
La privacidad y la forma de gestionarla es un tema que requiere ser pensado, a medida que el tiempo pasaba cada docente y cada grupo escolar fue teniendo que experimentar diferentes cuestiones para intentar encontrar una nueva intimidad. Fueron construcciones para las que habrá que hubo que tener paciencia.
Sobre el tiempo.
En cuarentena había tiempos propios, ya sea que estuviéramos quietos o en movimiento, vimos pasar nuestra forma de vida en el mundo. Distantes, aislados, contemplamos la gravedad de los impactos del modo de relacionarse de la humanidad con la Tierra. La pandemia dejó al descubierto muchas cosas como la brecha, la pobreza, la muerte. Se acrecentó la violencia, y la indiferencia. Si bien el mundo pareció haberse frenado, nunca se detuvo: sólo el tránsito en las calles desplazó al tránsito de los datos. La humanidad nunca frenó, sólo perdió territorio que fue ocupado por otras especies como hemos podido ver.
La teatralidad.
Si pensamos en el teatro, la presencia corporal tiene una fuerza que es capaz de conmovernos y transformar nuestra sensibilidad y modo de ver, pero no por las acciones, coreografías o melodías, sino por la presencia viva de los cuerpos que actúan ante otros cuerpos que, a su vez, se encuentran expectantes y atentos. En la presencia y en el circuito de energías contagioso estaría la fuente del encantamiento y el interés por las preguntas esenciales por el sentido de la vida y de la muerte, del amor y lo sagrado.
La vida siempre muestra cierta teatralidad pero en épocas de performance públicas y de puestas en escena obligadas más aún; entonces nos preguntamos cómo y cuánto afecta a la enseñanza -por su gran semejanza con la escena teatral- la virtualidad. Sabemos que resulta esencial el encuentro vivo y corporal, pero por las complicaciones sanitarias debimos resignarnos a enseñar y aprender en la distancia.
Estrategias didácticas.
En pocos días y sin ninguna posibilidad de preparación pasamos de la seguridad del aula presencial a un aula virtual, si bien históricamente el aprendizaje en línea o en la distancia, era asincrónico, en esa época por la evolución de las tecnologías, se popularizó el aprendizaje sincrónico. La posibilidad de interactuar en vivo, en una video-conferencia apareció como la panacea y se impuso porque además la inmediatez psicológica que caracteriza la época lo requería y como siempre porque los imperativos del mercado lo estimularon.
Sabemos que la posibilidad de aprender al mismo tiempo con lxs compañerxs, es algo que suena muy interesante, aunque sea sólo una ilusión, dado que el aprendizaje puede ocurrir tanto en vivo como estando desconectados, a través de videos o recursos educativos, porque sabemos muy bien que cada persona tiene su propio ritmo. En principio hay que contar con acceso a internet, buen espacio para estudiar, disponibilidad para conectarse a las clases, etc.
Si bien el aprendizaje asincrónico es más autodirigido, requiere mayor compromiso y voluntad también implica que la posibilidad de elegir a qué hora aprender, ser independiente para organizar el tiempo, descargar el contenido y acceder aunque no se tenga internet. Si bien la interacción no es inmediata, no significa que no exista, lo que nos permite ver que el problema es la inmediatez como imperativo de la época.
La recurrencia masiva a las video-conferencias tiene que ver con el parecido que muestran con las clases tradicionales, pero el problema es que se corre el riesgo de dejarse llevar por la significación de su nombre y terminar en situaciones de comunicación unidireccionales que no queremos en la presencialidad y tampoco queremos replicar en la virtualidad.
El Covid 19 muestra las desigualdades sociales en el país, no todxs pudieron acceder a la virtualidad, al igual que ocurrió con la salud. Las brechas tecnológicas en dispositivos y conectividad pueden profundizar las desigualdades existentes.
Además faltan las explicaciones de docentes, gestos de estudiantes, compañerxs de quienes aprender formas de diálogo, vivencias de la corporalidad, es claro que las tecnologías permiten otras formas de experiencia humana.
Queda claro que era necesaria una formación didáctico-pedagógica diferente a la de la presencialidad y que la forma de adecuarnos fue muy violenta. Sabemos que había que entender la situación de excepcionalidad, pensar en qué nos ocurría a docentes y estudiantes, qué era lo que cada uno está viviendo en su casa, donde estábamos las 24 horas del día, y además saber si se contaba con herramientas tecnológicas para conectarse y continuar la formación.
Resultaba muy importante no perder de vista que el confinamiento era en defensa de la salud y la vida, entendiendo el concepto de encierro como un lugar de resistencia, de defensa y de vida y trabajar con lo lúdico y lo confrontativo que ofrece el arte.
Enseñar en esos tiempos era un desafío porque la enseñanza involucra al cuerpo; a pesar de que las subjetividades contemporáneas están atravesadas por la tecnología, sigue teniendo una fuerte relación fenomenológica presencial y la clave está en entender que se trataba de un momento de aprendizaje para todxs, en distinta medida.
Al comienzo pensamos esta etapa virtual como un encuentro preparatorio para el inicio de las clases presenciales que fue prolongándose y como siempre sucede a partir de la situación de emergencia aprendimos a sobrevivir, pero tratándose de métodos educativos habrá que esperar que pase el tiempo como para poder pensar y evaluarlos con calma.
En los primeros momentos pensaba que lo más importante era que lxs estudiantes encontraran un espacio cálido, en el no espacio virtual, en el que abunda la fría ausencia de contacto, que les brindara alguna seguridad en medio de tanta incertidumbre. Había que rediseñar las propuestas, los tiempos de trabajo y entender que lo más importante era ser lo suficientemente flexibles para abordar la complejidad del momento y a la vez tener muy claro que se trate de online, presencial o mixta, la propuesta sería la misma, sólo cambiaría el medio.
Por eso me pareció imprescindible ser muy respetuosa con el encuadre, y explicitar que “la clase” se publicaría siempre el mismo día y a la misma hora cada semana. De manera que pudieran acceder a los materiales cuando les fuera posible, sugiriéndoles que también fueran ordenados y respetaran los días y horarios, en lo posible, como forma de ir acostumbrándose al esquema por si volvíamos a la presencialidad, pero teniendo en claro que además contribuía a brindar algún marco temporal en el continuum que estábamos viviendo.
De algún modo todo tendía a darle vueltas a la gran pregunta acerca de la condición especial de la enseñanza que se diluía en este contexto de pandemia y de educación a distancia. Pensar la clase como el encuentro, como dispositivo, simple y humano, una manera antigua pero vigente de producir un acontecimiento sensible, poético e irreemplazable por cualquier tecnología.
El lugar de la esperanza.
Pensaba que cuando esta situación terminara podríamos justipreciar lo que realmente significaba, desde el punto de vista de la equidad, tener wifi en el hogar y dimensionar la ventaja de quienes tenían garantizada la conectividad. Al salir del aislamiento estaría la esperanza del compromiso mucho más fuerte por parte de los sistemas educativos para asegurar que todxs sus estudiantes y familias tuvieran conectividad en sus hogares.
Si bien no habíamos podido anticipar esta situación, aprendimos mucho. El compromiso por producir materiales didácticos con tanta rapidez, por necesidad, no nos ha permitido investigar los resultados, ni medir la efectividad que ha tenido para optimizar la calidad de la educación a través de las herramientas digitales del siglo XXI.
Habrá que pensar una vez superada esta etapa de crisis, establecer algunos límites para optimizar la educación a distancia, así como también evaluar los efectos colaterales de esta modalidad de trabajo. Si bien hubo momentos de mucho desánimo queda la sensación de haber hecho lo mejor que pudimos en estas condiciones.
La idea que fundamenta todo el diseño y planificación ad hoc apunta a la dimensión ética del conocimiento que implica cuidar la vida en común, y atender a la formación de futuros ciudadanos críticos, capaces de actuar en una sociedad fuertemente atravesada por la tecnología en la que los nuevos valores de la época serán la empatía, resiliencia, flexibilidad y capacidad de adaptación.
Autor/es: | LEONETTI, GISELLE EDIT |