“Por otros descubrimientos, por otros encuentros”.
La reflexión histórica a través de un diálogo intercultural sobre la diversidad multiétnica de nuestro territorio en clave de reconocimiento de los derechos identitarios de los pueblos que habitan la “Abya Yala” (Tierra vital o tierra madura) permite ampliar los horizontes educativos desde la perspectiva analítica.
Las palabras con nombre propio de las vivencias, pensamientos y sentimientos se expresan metafóricamente a través de un integrante de la comunidad Moqoit al mencionar:
“11 de octubre: mi amada tierra, lugares fértiles y llenos de energías que emanan desde el entorno cósmico. Tiempos de armonía total con la tierra, espíritu ancestral que goza de las virtudes de la naturaleza imponente de mi apreciada América” (Máximo Santos etnia moqoit)
“12 de octubre: el cielo se vistió de gris, el sol por unos minutos ha ocultado su esplendor, pero aquí estoy presente, con mis raíces intactas. Somos la simiente de una generación noble y de grandes valores. Heredamos el legado de un espíritu manso y servicial al prójimo. Busquemos un nuevo horizonte, de valores, de respeto y amor por la existencia del universo” (Máximo Santos etnia moqoit)
Relatos con voz propia, en primera persona del dolor y al mismo tiempo de la esperanza que habilita la hermenéutica de los tiempos.
La Subsecretaria de Educación Superior invita a la lectura reflexiva sobre “Por otros descubrimientos, por otros encuentros”, con la autoría de la Profesora Estrella Mattia, quien nos convoca a la reflexión histórica con la tonalidad del nivel superior. Muchas gracias Estrella!
Subsecretaría de Educación Superior.
Mg Patricia Moscato.
Por otros descubrimientos, por otros encuentros.
Por otros 12 de octubre.
Estrella Mattia (1)
“La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen. Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni son para ello, no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo que son muy temeroso a maravilla. No tienen otras armas salvo las armas de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo un palillo agudo; y no osan usar de aquellas;(…) son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio, luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le dé, por ello se van contentos.(…) y daba yo graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia, que nos son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, y salvo de muy sutil ingenio y hombres que navegan todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan que de todo; salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos. En todas estas islas no vi mucha diversidad de la hechura de la gente, ni en las costumbres ni en la lengua; salvo que todos se entienden, que es cosa muy singular para lo que espero que determinaran Sus Altezas para la conversión de ellos a nuestra santa fe, a la cual son muy dispuestos”. (Cristóbal Colón. Fragmentos de la carta enviada a su financista Luis de Santángel en abril de 1493)
Así, describía Colón lo sucedido durante aquellos días de octubre de 1492 cuando se inició la tragedia. En menos de 60 años, aquellos hombres blancos que parecían haber venido desde el cielo, concretaron la más formidable aventura hasta entonces proyectada. Llegaron, exploraron y ocuparon territorios, conquistaron, persiguieron, dominaron y sometieron a las poblaciones nativas, colonizaron a los y las sobrevivientes y a su descendencia por siglos e impusieron una economía destructiva basada en la lógica extractiva.
Se estima que la población indígena por aquel entonces oscilaba entre los 20 y 40 millones y para la segunda mitad del siglo XVIII había descendido a 10 millones. “Si nos atenemos a estas cifras, la conquista española habría producido la desaparición de los dos tercios y hasta de los tres cuartos de la población indígena. El trabajo forzado en las plantaciones de los encomenderos y en las minas y las enfermedades epidémicas importadas de Europa, fueron las causantes” (Chaunú, 1985:42).
Este dato indica de forma inapelable, que no hubo en torno a al proceso de conquista de América nada que haga posible eludir enunciarlo como un proceso de dominación y sometimiento. En este sentido resulta relevante recuperar la perspectiva de Tzvetan Todorov sobre este oscuro período que hizo posible “el cerramiento del mundo”. En las páginas de su libro “La conquista de América. La cuestión del otro”, dedicado especialmente a la memoria de una mujer maya devorada por los perros, podemos leer que
Sin entrar en detalles, y para dar sólo una idea general (aún si uno no se siente con pleno derecho a redondear cifras), diremos que en el año de 1500 la población global debía ser de unos 400 millones, de los cuales 80 estaban en las Américas. A mediados del siglo XVI, de esos 80 millones quedan 10 (…) Si alguna vez se ha aplicado con precisión a un caso la palabra genocidio, es a éste. Me parece que es un récord, no sólo en términos relativos (una destrucción del orden de 90% y más), sino también absolutos, puesto que hablamos de una disminución de población estimada en 70 millones de seres humanos…Se entiende hasta qué punto son vanos los esfuerzos de ciertos autores para desacreditar lo que se llama la leyenda negra, que establece la responsabilidad de España en este genocidio y empaña así su reputación. Lo negro está ahí, aunque no haya leyenda. No es que los españoles sean peores que otros colonizadores: ocurre simplemente que fueron ellos los que entonces ocuparon América, y que ningún otro colonizador tuvo la oportunidad, ni antes ni después, de hacer morir a tanta gente al mismo tiempo. Los ingleses o los franceses, en la misma época, no se portan de otra manera; sólo que su expansión no se lleva a cabo en la misma escala, y tampoco los destrozos que pueden ocasionar (1987:144).
Además de los datos cuantitativos que dan cuenta de la ferocidad implacable del accionar de los conquistadores y colonizadores, que estuvo amparado por la política imperial española y legitimado por los funcionarios de la corona residentes en los territorios coloniales, los perpetradores pusieron en funcionamiento dispositivos de dominación que durante muchos años fueron identificados en forma positiva quedando así desdibujada la violencia simbólica que los configuraba. El mestizaje, la deculturación y la consiguiente aculturación tanto laica como religiosa o el denominado sincretismo cultural, constituyen claros ejemplos del despiadado ejercicio del poder colonial enmascarado, muchas veces, en un discurso piadoso y compasivo que sólo buscó afianzar y profundizar el sometimiento y la sumisión y disolver cualquier intento de resistencia a la opresión.
En este escenario y en torno a este plan colonial del “descubrimiento”, se inventó la idea de la existencia de un espacio identificado como América Latina. Sin embargo, como bien afirma Walter Mignolo (2005)
Antes de 1492, América no figuraba en ningún mapa, ni siquiera en el de los pueblos que vivían en el valle de Anáhuac y Tawantisuyu. Los españoles y los portugueses, únicos ocupantes europeos durante el siglo XVI, bautizaron el continente cuyo control y posesión estaba en sus manos (…) lo confuso del asunto es que una vez que el continente recibió el nombre de América en el siglo XVI y que América Latina fue denominada así en el siglo XIX, fue como si esos nombres siempre hubiesen existido. América nunca fue un continente que hubiese que descubrir sino una invención forjada durante el proceso de la historia colonial europea y la consolidación y expansión de las ideas e instituciones occidentales. (2005:28).
Y después llegaron los tiempos de independencia y sobre los territorios del Imperio colonial español en América emergieron los estados nacionales modernos de acuerdo al modelo europeo y comenzó a concretarse el denominado “Segundo pacto colonial” (Tulio Halperin Donghi,1985) que, en mayor o en menor medida, se concretó con Gran Bretaña. Esta nueva situación no hizo más que demostrar que las colonias, aunque formalmente independientes, no eran sólo demostraciones costosas de poder, sino que podían transformarse en fuentes incalculables de riqueza.
En líneas generales, los gobiernos de los noveles estados, adscribieron al sistema capitalista al que ingresaron como países productores de materias primas y algunos, como fue el caso de la República Argentina, se ocuparon a través de campañas militares de clausurar el proceso de construcción de la territorialidad estatal. Así, la “Campaña del Desierto” y las periódicas incursiones armadas a la aislada y extensa región del Chaco Gualamba permitió, a fines de siglo XIX, la incorporación definitiva de espacios que todavía se encontraban en manos de sus dueños originarios quienes fueron desterrados, reprimidos, y asesinados. Simultáneamente, los sobrevivientes fueron intencionalmente invisibilizados, silenciados, marginados y excluidos, constituyéndose así en las nuevas víctimas de otra forma más sutil, pero no menos cruel, de genocidio.
Y así sucedió. Y nada de lo acontecido pareció ser suficiente.
La Primera Guerra Mundial (1914-1919) posibilitó que América Latina se convirtiese en el botín de la guerra imperialista entre Gran Bretaña y Estados Unidos por la hegemonía económica y política en la región. Se puso en marcha la concreción del “Tercer pacto colonial”. El estandarte de este proyecto de expansión imperialista norteamericano había sido lanzado tempranamente, en 1822, por el presidente Monroe, cuando expreso públicamente la engañosa frase “América para los americanos”.
Esta puja entre ambas potencias se visibilizó a través de las presiones ejercidas sobre los estados latinoamericanos para que se incorporasen al grupo de los países aliados, que los americanos del norte lideraban para participar en la contienda mundial. En estas circunstancias, algunos países ofrecieron resistencia y se declaraban neutrales frente a un conflicto que les era ajeno y extraño a sus realidades. Uno de ellos fue la República Argentina que estaba presidido en aquel entonces por Hipólito Irigoyen.
Atendiendo a la necesidad de mantener la posición neutral de Argentina, el presidente, en un acto político pensado en aquel momento como una clara demostración de resistencia pacífica al implacable injerencia de Estados Unidos sobre las políticas internas de las repúblicas latinoamericanas y manifestando la necesidad de reconocer la herencia colonial hispana y católica en oposición a las tradición anglosajona y protestante, publicó un decreto el 4 de octubre de 1917 donde es estipulaba que a partir de ese año, el día 12 de octubre era designado como el “Día de la Raza” y se lo convertía en feriado Nacional. Fue sin dudas, en aquel momento una declaración simbólica que rechazaba con contundencia la panamericanista que lideraba Estados Unidos.
El decreto indicaba en su artículo 1 que “el descubrimiento de América es el acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la humanidad a través de los tiempos, pues todas las renovaciones posteriores se derivan de este asombroso suceso que, al par que amplio los lindes de la tierra, abrió impensados horizontes al espíritu”.
En el artículo 2 continuaba el panegírico, en defensa de la hispanidad, afirmando que “se debió al genio hispano -al identificarse con la visión sublime del genio de Colón- efemérides tan portentosa, cuya obra no quedó circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que la consolidó con la conquista, empresa está tan ardua y ciclópea que no tiene términos posibles de comparación en los anales de todos los pueblos”.
Para concluir y para dejar explícita la primera dominación imperial, intentando resistir a otra más contemporánea, en el artículo 3 se afirmaba que “ La España descubridora y conquistadora volcó sobre el continente enigmático el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios, las labores de sus menestrales; y con la aleación de todos estos factores obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento”.(1917.Boletín Oficial de la República Argentina)
Así, la institucionalización de esta fecha como efeméride de carácter nacional potenció y profundizo la construcción de un discurso historiográfico anclado en la benevolencia de los dominadores y en los “supuestos” beneficios que había producido la conquista y la colonización española, tanto para los pueblos originarios como para las poblaciones latinoamericanas contemporáneas, herederas de esa estirpe cultural latina de fuerte sesgo religioso que debía ser defendida y sostenida con orgullo.
Durante décadas, nuestros estudiantes en las escuelas de los distintos niveles, en los institutos de formación docente e incluso en las cátedras universitarias, estudiaron, leyeron y escucharon a quienes afirmaban, como Vicente Sierra en su libro, editado por primera vez en 1955, “Así se hizo América” (1955) que
el periodo español en América no puede valorarse como uno solo, sin solución de continuidad. Es preciso separar el de los descubrimientos del de la conquista, y a éste del mal llamado de la colonización. Durante la conquista, el carácter de las empresas hispanas, el choque entre dos civilizaciones disímiles, el propio medio geográfico -que dejaba a los hombres fuera de control- determinan en sus actores un estado espiritual que explica que se cometieran abusos; más, como dice José María Arboleda Lorente en un amplio estudio sobre la situación del indio durante el periodo imperial, las crueldades que se cometieron no fueron cosa nueva en el mundo, “más sí lo fue que, de entre los mismos españoles, se alzara la voz de protesta que obtuvo al fin remedio”. La voz de la conciencia, que señalo que el indio era un semejante, imagen y semejanza de Dios, la voz que denunció los abusos y la voluntad que les puso coto, fueron tan españoles como pudo serlo la maldad que motivara la acusación. Y lo que perduró no fue ni el abuso ni la crueldad. España envió las leyes que las denuncias requerían y, con ellas, los magistrados probos que las hicieron cumplir sin miramientos ni aceptación de personas. (1955:18)
Con el transcurso de los años, algunas cuestiones fueron modificándose, principalmente en cuanto a la visibilización de la existencia de las comunidades originarias, herederas de aquellas que habían sido sometidas por la conquista.
Este “redescubrimiento” político y cultural fue terrible para una sociedad que, como la argentina, durante mucho tiempo, estuvo convencida que formaba parte de la población del “país más europeo de América Latina”, legitimando un discurso negacionista, racista y eurocéntrico.
En un intento de reparación histórica, que buscó superar el mero reconocimiento de la existencia del multiculturalismo y del pluriculturalismo y dar paso a una política signada por la interculturalidad en tanto proceso de intervención ante la realidad de la diversidad cultural que privilegia la relación real y concreta entre las culturas, en 2010 el Poder Ejecutivo envió al congreso un proyecto de ley para modificar el día de la raza por día del respeto a la diversidad cultural americana.
Esto sucedió luego que la presidenta Cristina Fernández firmó el decreto N° 1854 en cuyos considerandos es posible leer que “se modifica la denominación del feriado del día 12 de octubre, dotando a dicha fecha de un significado acorde al valor que asigna nuestra Constitución Nacional a diversos tratados y declaraciones de derechos humanos a la diversidad étnica y cultural de todos los pueblos” (Boletín Oficial de la Nación, 2010).
Así, el 12 de octubre es el Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Esto significa entre otras cosas, otorgarles identidad a los 38 pueblos originarios distribuidos en la actualidad en la extensión del territorio Nacional. De acuerdo al Registro Nacional de Comunidades Indígenas las etnias son: Atacama, Chané, Charrúa, Chorote, Chulupi, Comechingón, Diaguita, Guaraní, Gauaycurú, Huarpe, Logys, Kolla, Kolla atacameño, Lule, Lule Videla, Mapuche, Mapuche Techuelche, Mocoví, Mbya Guaraní, Ocloya, Omaguaca, Pilaga, Quechua, Ranquel, Sanaviron, Selk´man (Onas), Tapiete, Tastil, Tehuelche, Tilian, Toba (Qom), Tonokete, Vilela y, Wichi. Además, es necesario mencionar en este punto que existen en la Argentina 1456 comunidades indígenas con personería jurídica en que constituyen un conjunto de familias que se identifican con un pueblo indígenas con organización social propia.
Sin embargo, más allá de los nombres y de la visibilizaicón de su existencia es urgente construir un nuevo contrato social con quienes son los herederos de aquellos que fueron sometidos sistemáticamente y por siglos a la exclusión y el silenciamiento y aún hoy continúan en las mismas o peores situaciones. Un contrato social que se entrame con un proyecto político que los restituya en nuestra historia, que los acompañe y los hospede en el presente y que los sostenga en el futuro a través de planes interculturales que respeten de forma efectiva y real a cada una de las culturas ancestrales a las estas comunidades pertenecen.
Para finalizar, estas líneas solo pretenden convertirse en algunas páginas de memoria militante que sirvan como homenaje a “los llamados marginados, que no son otros que los oprimidos, que jamás estuvieron “fuera de”, siempre estuvieron “dentro de”. Dentro de la estructura que los transforma en “seres para otros”. Su solución pues, no está en el hecho de integrarse, de incorporarse a esta estructura que los oprime, sino transformarla para que puedan convertirse en “seres para sí”. (Freire, 1985:24)
Ojalá.
Bibliografía
Auza, Néstor (1977). Documentos para la enseñanza de la Historia Argentina. 1890-1930. Editorial Pannedille. Buenos Aires.
Chaunú, Pierre, (1985). Historia de América Latina. Eudeba. Buenos Aires.
Freire, Paulo (1985). La pedagogía del oprimido. Siglo XXI. Buenos Aires.
Halperin Donghi, Tulio (1985). Historia Contemporánea de América Latina. Alianza Editorial. Madrid.
Mignolo, Walter (2005). La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial. Gedisa. Barcelona.
Rodríguez Molas, Ricardo (1985). Los sometidos de la conquista. CEAL. Buenos Aires.
Sierra, Vicente (1977). Así se hizo América. Ediciones Dictio. Buenos Aires.
Todorov, Tzvetan (1987). La conquista de América. La cuestión del otro. Editorial Siglo XXI. México.
- Profesora de Historia y Educación Cívica. Licenciada en Historia. Diplomada en Ciencias Sociales. Especialidad: Sociología (FLACSO).Postitulada en Investigación Educativa de La Universidad Nacional de Córdoba. Postitulada en “Formador Superior en Investigación Educativa” Instituto Superior del Magisterio Nº 14- Ministerio de Educación de la Provincia de Santa Fe. Postgrado en “Nuevas Infancias y Juventudes”, UNR/UNL/UNER. Docente en escuelas medias de la provincia de Santa Fe, en las escuelas preuniversitarias de la UNR, en institutos superiores de formación docente y en posgrados y postítulos afines a la titulación. Capacitadora en distintos proyectos de fortalecimiento de la función docente en la jurisdicción provincial y en programas de capacitación de carácter nacional. Publicación de diversos artículos inherentes a la especialidad en revistas especializadas.
Autor/es: | LEONETTI, GISELLE EDIT |