PARIR LA INDEPENDENCIA: ENTRE LA REVOLUCIÓN Y EL PRINCIPIO DE UN ORDEN NUEVO.
“La independencia es todavía una tarea por hacer. Así fue en toda América, de norte a sur. Todas nuestras naciones nacieron mentidas. La independencia renegó de quienes peleando por ella se habían jugado la vida. Y las mujeres, los jóvenes, los indios y los negros no fueron invitados a la fiesta”
(Eduardo Galeano, 2011, sobre los festejos por el Bicentenario de las independencias americanas).
La palabra “Independencia” encierra sentimientos, decires, contradicciones aún no resueltas. Para muchos significó el nacimiento de una patria nueva, el fin de los yugos impuestos por el imperio español en nuestras tierras, el comienzo del fin de la esclavitud y de la servidumbre de nuestros pueblos originarios. Para otros, para aquellos que se creyeron los dueños de la nueva etapa que se abría, el inicio de un nuevo sistema de dominación que no pretendía cambiar las bases sociales ni económicas coloniales.
Para la mayoría, independencia era sinónimo de identidad, de libertad, de justicia, de paz, de construcción de un lugar posible para todas y todos. Para una minoría, independencia significaba su propio progreso económico, la afirmación de un lugar para unos pocos.
Así, la palabra nacía mentida, condenando al pueblo a la obediencia perpetua, renegando de quienes, peleando por ella, se habían jugado la vida: mujeres, hombres, niñas, niños, analfabetos, pobres, indios y negros no fueron invitados a la fiesta.
Pasaron más de doscientos años y nada parece haber cambiado. Por ello, la verdadera independencia de nuestra patria llegará aquel día en el que construyamos la idea de nación desde el diálogo abierto y sincero colectivo, porque la Argentina es de todos y para todos…
La Subsecretaría de Educación Superior con satisfacción presenta la producción académica “Parir la Independencia: entre la revolución y el principio de un orden nuevo” con la autoría de la Profesora Marina Carla Caputo del ISP N.º 22 “Maestro Addad” /IES N.º 28 “Olga Cossettini” de la ciudad de Rosario.
Se agradece al Profesor Walter Pighin del IES N.º 42 de la localidad de Vera por la presentación realizada y especialmente a la Profesora Marina Caputo por la contribución pedagógica académica al colectivo del nivel superior.
Subsecretaría de Educación Superior.
Mg. Patricia Moscato.
PARIR LA INDEPENDENCIA: ENTRE LA REVOLUCIÓN Y EL PRINCIPIO DE UN ORDEN NUEVO.
Autora: Prof. Marina Carla Caputo
ISP Nº 22 “Maestro Addad”/IES Nº 28 “Olga Cossettini”
¡Hasta cuando esperamos declarar nuestra independencia! No le parece una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional, y por último, hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree que dependemos? Qué nos falta más que decirlo?
José de San Martín, 12 de abril de 1816[i]
Más de seis años habían pasado de los debates de la Junta de mayo, la guerra se había instalado y la política moderna era la matriz de una dinámica revolucionaria que propiciaba la creación de un orden nuevo. Historizar los problemas que condicionaron la independencia nos conduce a explorar las raíces de las tensiones que aún hoy atraviesan la vida política, derivados de aquella primigenia oposición entre centralismo y confederacionalismo. La ruptura vertical que aparejó la emancipación supuso una ruptura horizontal entre los pueblos que venían luchando por la independencia.
La eclosión de la política
La irrupción de un nuevo tiempo en la vida de las sociedades hispanoamericanas se expandía desde el estallido de la legitimidad monárquica en el viejo mundo, provocado por la dirección napoleónica de una guerra en nombre y defensa de la revolución francesa, en la que el pueblo había desmantelado el absolutismo, de allí en más, el Antiguo Régimen. Hacia 1808 fue el turno de los Borbones de España, rápidamente sustituidos por los Bonaparte, tras las abdicaciones de Bayona y el cautiverio de Fernando VII.
En los confines del imperio español, en la región rioplatense, la revolución se propagó, y con ella, la guerra. Las referencias del orden político y social dejaron de serlo y el vacío de mandos, autoridades y jerarquías abrió un escenario de producción teórica, de disputa y de experimentación absolutamente inédito. Había que restablecer algún orden político. Sí, lo político, la política hacían su aparición en una clave nueva, moderna, que nombraba y ponía a consideración aquello que no existía como problema hasta aquel momento: el gobierno. Si no está el rey, ¿quién gobierna? El pueblo, dijeron algunos, y esa idea cundió, aunque diversas fueron sus interpretaciones, como veremos más adelante.
Entre mayo de 1810 y marzo de 1816, fecha en que se da inicio a las sesiones del Congreso convocado en la ciudad de Tucumán, la crisis abierta en torno al problema de establecer un nuevo gobierno había marcado un rumbo irreversible: la ruptura con la metrópolis española. La dilación de tamaña resolución en un congreso anterior, la Asamblea del año XIII, daba cuenta de las enormes dificultades que aparejaba, por un lado, crear un consenso básico entre los pueblos y la ex-cabecera del antiguo virreinato, y, por otro, afrontar la guerra con aquellas regiones que mantenían su adhesión y defendían al gobierno peninsular.
Conmensurar los desafíos abiertos exige que nos despojemos de nuestras medidas del mundo, centradas en supuestos acerca de la libertad y los derechos del individuo, cuasi naturalizados en las estructuras mentales del sentido común. Aquellos hombres y mujeres, dejaban de un día para otro, de ser súbditos de un rey cuyo poder derivaba de Dios para convertirse en ciudadanos libres e iguales, sujetos de derechos y soporte de una nueva legitimidad política: la del gobierno del pueblo. No fue un tránsito para nada mágico. La mutación de la subjetividad política fue un proceso tan vertiginoso e intenso, como lento a la vez.
Un caudal social repleto de voluntad de cambio irrumpía en un nuevo escenario, el de la política moderna y la opinión pública: proliferaron los pasquines, periódicos, folletos, producto de una sociabilidad inédita, materializada en clubes, asociaciones, reuniones, etc., donde hombres y mujeres, pero principalmente hombres, tomaron en sus manos la tarea de producir los fundamentos de dicha legitimidad política, que reemplazaba la del rey y la metrópolis española.
Entre la revolución y la independencia: el pueblo, los pueblos y la nación en la construcción de un nuevo orden
La complejidad de la obra a la que se daba inicio, no dejaba respiro: a la par que la guerra exigía recursos y mayor profesionalización, las elites de las ciudades del ahora ex- virreinato, que hasta comienzos de siglo dirimían más o menos controladamente sus asuntos en los ámbitos capitulares, debieron posicionarse ante la revolución originada en Buenos Aires y los impensados problemas que abría.
En primer lugar, el problema de la acefalía de poder, que trajo aparejado el de la soberanía: ¿recaía en los pueblos o en el pueblo? Esta enorme disyuntiva provenía de la incorporación de fuentes muy modernas a la hora de buscar referencias político- filosóficas y ejemplos históricos: el pueblo era concebido, por un grupo de intelectuales con Moreno a la cabeza, en términos homogéneos y abstractos, formado por individuos libres e iguales, que se asociaban voluntariamente para establecer un pacto que fundaba el orden, los derechos, la ley y el gobierno. No obstante, el pueblo real era el pueblo de las ciudades, en plural, con sus estructuras estamentales y jerarquías ancladas en la historia. La ruptura del orden tradicional ponía en cuestión dichas jerarquías e inauguraba el principio de la igualdad a la vez que suprimía los privilegios arraigados en la legitimidad colonial.
La necesidad de construir nuevos vínculos de autoridad sin dudas era imperiosa. Sin embargo, en los ayuntamientos de las ciudades, interpretaban que se trataba de una misión que recaía en el ámbito de cada jurisdicción que componía el antiguo virreinato, es decir, en cada uno de los pueblos que lo había integrado hasta mayo de 1810, y que a partir de aquel momento se hallaba sin virrey, sin intendente, sin gobernador, sin teniente de gobernador, en el más vacío de los escenarios de poder. Las fuentes intelectuales en este caso, remitían al iusnaturalismo cristiano, que suponía que el poder del rey provenía de un pacto de obligaciones y deberes mutuos entre el pueblo y el monarca, el pacto de sujeción, que para entonces había quedado disuelto por la ausencia de rey.
La pretensión porteña de sustituir ese vacío, en nombre del pueblo, y, por tanto, de gobernar el territorio del antiguo virreinato, se materializó en la dirección centralizada que ejercía desde los gobiernos provisorios, de precaria legitimidad, que se sucedieron -1º Junta, Junta Grande y Triunviratos-, lo que provocó cada vez más el choque con la defensa de la autonomía que asomaba en los territorios, en los pueblos.
El caso de Santa Fe dio cuenta de estas tensiones, que se hicieron visibles cuando Buenos Aires buscó imponer sistemáticamente las autoridades a la ciudad, junto a una política recaudatoria y de reclutamiento que profundizó el malestar. Fue en el congreso convocado en Buenos Aires en 1813, que novedosamente definía que la soberanía residía en la Nación, cuando se generaron las disidencias que desembocaron en la confrontación en torno al sujeto de la soberanía. Los diputados de la Banda Oriental, que se encuadraban bajo la dirección de José Gervasio Artigas, rechazaron el lugar de diputados de la nación, en tanto se consideraban representantes de los pueblos del territorio de la Banda Oriental, con expresas instrucciones en defensa de un modelo de república confederal que iba en un sentido contrario a las pretensiones de quienes dominaban la asamblea. Santa Fe adhirió al modelo artiguista y hacia 1814, en el marco de la creación del Directorio como órgano de gobierno de la revolución, se separó de Buenos Aires uniéndose a la resistencia oriental, plasmada en la Liga de los Pueblos Libres.
Un segundo problema, estrechamente vinculado al de la soberanía, fue el de la representación. Desde la perspectiva más moderna, que establecía al pueblo como fuente de toda autoridad legítima, la representación era un aspecto central, de allí la imperiosa necesidad de definir la ciudadanía y los derechos políticos, rápidamente establecidos en los primeros estatutos provisorios. La ruptura con los principios que estructuraban estamentalmente al pueblo de las ciudades exigió buscar otros mecanismos para impulsar una participación más amplia e igualitaria dado que se abolían los derechos exclusivos y los privilegios. De allí la importancia de las elecciones, trabajosamente implementadas de los modos más diversos, a fin de que las elites no perdieran protagonismo y pudieran ser parte de las comitivas de diputados enviados a los dos congresos que se convocaron sucesivamente. Se trataba indudablemente de experiencias radicalmente ajenas al universo de los intereses locales tradicionales. Su concreción demandó una identificación masiva del público con los fines de la revolución y ello se expresó en las múltiples celebraciones y fiestas en la que de un modo u otro se representaba la idea de pueblo soberano. El reverso de esta participación ampliada era el sistema representativo, en que unos pocos –electos- representaban a los muchos, sin estar atados a instrucciones o mandatos de sus pueblos de origen, aunque legislasen, juzgasen o ejecutasen en su nombre. Esto generó posiciones diversas y divisiones, como la que se originó con los diputados orientales en 1813, que se negaron a abandonar el mandato o las instrucciones definidas en convocatorias previas. En última instancia, era el problema de la soberanía, plural o indivisible que condicionaba el tipo de representación.
Si se lograba acordar el tema de la representación y conformar un poder constituyente se abrían otros problemas: los derechos de la ciudadanía, las instituciones de gobierno y la división de poderes. Se trataba de un conjunto de dispositivos desconocidos, que cobraban forma diferente de acuerdo al régimen político que se definiera: si república o monarquía constitucional. En definitiva, convenir consensos en poco tiempo era lo más improbable del mundo. Y los revolucionarios y no tan revolucionarios lo sabían: si declaraban la independencia el escenario de la construcción política se volvía impredecible.
El fin de la revolución: entre la asamblea del año XIII y el congreso de Tucumán.
El primer congreso, conocido como Asamblea del año XIII, no alcanzó los objetivos propuestos: si bien reafirmó simbólicamente la voluntad de ruptura, con la creación de símbolos patrios, la abolición de privilegios o títulos de nobleza, así como de las imposiciones forzosas a las poblaciones indígenas, o, la libertad de vientre a la/os africano/as esclavizados, no declaró la independencia ni acordó una constitución. En un horizonte cada vez más global, el halo de invencibilidad de Napoleón Bonaparte se esfumaba y dejaba paso a la restauración monárquica. El Río de la Plata era el único territorio en que la insurgencia conservaba posiciones. En una América que volvía al cauce del vínculo colonial, el frente de la guerra exigía profundizar las políticas de militarización y defensa de los territorios que se autodefinían como libres. A la vez, en cada región, la confrontación con los ejércitos realistas propiciaba la identificación con la idea de patria y de defensa de la libertad, que adquiría significados múltiples.
Cuadro Batalla de Tucumán de Francisco Fortuny
Hacia el año 1815 por lo tanto, los augurios no eran positivos para la resistencia en los confines del antiguo imperio español. Era un frente tormentoso, contrarrevolucionario, el que se avizoraba en el horizonte. No obstante, la legitimidad de la monarquía española se había hecho añicos. Esta era una impresión que inundaba la vida política y se expresaba en la confrontación guerrera. Aun así, no resultaba sencillo materializar la unidad y la independencia dado que eran diversas las posturas acerca del camino a seguir.
En primer lugar, en el Litoral, como ya se planteó, los pueblos de Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y las Misiones, habían roto vínculos con el Gobierno instalado en Buenos Aires, pasando a ser parte de la insurgencia artiguista, que luego de recuperar Montevideo avanzó en la convocatoria a un Congreso, el de los Pueblos Libres, que declaró la independencia el 29 de junio de ese mismo año. En segundo lugar, el Ejército Auxiliar del Norte resistía palmo a palmo el duro frente realista en Alto Perú, con Güemes como principal referente, luego de la derrota de Sipe Sipe en noviembre de 1815. En tercer lugar, Cuyo, donde San Martín planificaba la invasión a Chile, ya que luego de la derrota patriota de Rancagua en 1814, la fuerza militar que defendía al monarca Fernando VII, parecía inexpugnable. En cuarto orden, a pesar de Artigas y sus leales tropas, también la Banda Oriental se encontraba amenazada por una invasión portuguesa, posibilidad que dejó de serlo tras la invasión lusitana en abril de 1816, fundamentada en que se trataba de los derechos de una rama de la Monarquía borbónica instalada en Brasil. Corría la voz también de que en Cádiz se preparaba una gran invasión al Río de la Plata, integrada por cincuenta mil soldados, aunque finalmente se dirigió a Venezuela.
Ante este panorama, algunos miembros de la elite dirigente porteña, plantearon explorar la posibilidad de restablecer el vínculo de dependencia con una monarquía no española, buscando mantener la autonomía. Belgrano y Rivadavia, fueron los diplomáticos que llevaron adelante esta misión, que fracasó rotundamente debido a una restauración absolutista generalizada e inflexible con cualquier insurgencia revolucionaria.
Emancipación y epílogo
Sencillamente, en medio de un escenario de guerra connotado por una fuerte identidad antiespañola, las opciones eran dos: independencia o vuelta al vínculo colonial. La última, no parecía ser una opción. El Directorio surgido de la Asamblea de 1813, tomó la iniciativa al ordenar provisoriamente la administración y gobierno del Estado a través de un Estatuto (1815), que fijó al mismo tiempo la convocatoria a un Congreso Constituyente casi en los límites del territorio en guerra, la ciudad de Tucumán, estableciendo las condiciones para elegir diputados por cada una de las ciudades. Las sesiones se inauguraron el 24 de marzo de 1816, cuando aún no habían arribado todos los representantes. Alrededor de 347000 habitantes estuvieron representados en el congreso. Buenos Aires, la más poblada contaba inicialmente con siete diputados, le seguían Córdoba y Charcas, con cuatro y tres diputados respectivamente. Chichas, Tucumán, Jujuy, La Rioja, Mizque, Salta, Catamarca, San Luis, San Juan, Mendoza y Santiago del Estero contaban con una base de dos diputados, o uno como el caso de San Luis. La mayoría de los electos eran abogados –diecisiete- y sacerdotes –trece-. Las deliberaciones fijaron como primer tema a resolver, la independencia, objetivo central que materializaba un consenso inicial:
“Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e indudable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli….”[ii]
El párrafo es rico en connotaciones: primero sobre una unidad, un colectivo, las Provincias Unidas en Sudamérica; segundo, expresa que la autoridad derivaba de los pueblos a través de sus representantes, es decir no es un pueblo soberano sino un conjunto de pueblos que se reconocen unidos ejerciendo su voluntad de romper el vínculo con los reyes de España, y que lo pronuncian para que sea aceptado por las naciones y hombres de todo el globo. La magnitud de estas enunciaciones no se alcanza a calibrar quizás, pasados más de doscientos años. Sin embargo, la idea de nación libre e independiente era absolutamente nueva en el concierto de pueblos signados por la crisis del sistema absolutista. Solo Estados Unidos acreditaba tal condición, y, en el resto de América, los procesos de independencia venían en retroceso. La idea de nación libre, que proclamaba la ruptura del vínculo con la metrópolis y avanzaba en una constitución que estableciera el gobierno y los derechos de los sujetos soberanos o el sujeto soberano –los pueblos o la nación-, fue sin dudas un acontecimiento absolutamente disruptivo en cuanto al orden y la construcción del nuevo escenario, el escenario de la política: “…Fin a la revolución, principio al orden, reconocimiento, obediencia y respeto a la autoridad soberana de las provincias y pueblos representados en el congreso, y a sus determinaciones…”[iii]Así se manifestaba el congreso casi un mes después buscando difundir la legitimidad de su autoridad y el vínculo de la obediencia.
Ahora bien, estas primeras deliberaciones del congreso, que se mantuvo reunido en Tucumán hasta que se trasladó a Buenos Aires, en febrero de 1817 –en principio debido a la cercanía del teatro de la guerra- , dieron paso a dos enormes problemas sobre los que se debía forjar un acuerdo: la forma de gobierno y la constitución, que reglaría el carácter y las atribuciones del gobierno soberano. El consenso en torno a estos aspectos configurativos del orden fue cada vez más complejo: los aires conservadores que llegaron de Europa propiciaron posicionamientos a favor de la Monarquía. A la vez, el centralismo fue legitimado al proponerse, en el año 1819, una constitución que establecía la indivisibilidad de la soberanía y la preponderancia de una representación aristocrática y corporativa.
El acuerdo constitucional producido en el marco del Congreso abrió un frente de rechazo entre la mayor parte de los pueblos, que a continuación devinieron en estados provinciales autónomos. Sin renunciar a la unidad, estuvieron decididos a encauzar las formas republicanas en sus primeros pasos de gobierno. Por otro lado, la ciudadanía quedó sujeta a derechos tan universales como abstractos.
Hacia el final de la década revolucionaria, nada se parecía a los que en los primeros años se imaginaba y proyectaba: diversos actores confrontaban buscando un lugar en un escenario que aún no terminaba de gestarse. No obstante, un camino se había despejado, nada menos que el de la independencia, que, abierto en 1816, se iría señalizando en el trayecto político forjado a partir de la conformación de los estados provinciales, inscriptos sin vuelta atrás, en el sistema republicano.
[i] “San Martín a Godoy Cruz, Mendoza, Abril 12 de 1816, cit. Por Botana, Natalio (2016) p.97
[ii] Acta de la Declaración de la Independencia Argentina. En Botana, Natalio (2016). P.101)
[iii] Documentos/ Independencia 1810-1820/ Fin de la revolución, principio del orden. Manifiesto del Congreso de las Provincias Unidas de Sud América, excitando los pueblos a la unión y al orden. http://www.elhistoriador.com.ar/
Bibliografía
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-Chiaramonte, José Carlos (1997) Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-1846). Ariel. Buenos Aires.
-Goldman, Noemí (editora) (2008). Lenguaje y revolución. Conceptos políticos clave en el río de la Plata, 11780-1850. Prometeo editorial. Buenos Aires.
-Gonzalez Bernaldo de Quirós, Pilar (directora) (2015) Independencias Iberoamericanas. Nuevos problemas y aproximaciones. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.
-Guerra, Francois Xavier (1992) Modernidad e independencias. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas. Fondo de Cultura Económica. México.
-Guerra, F.X, Lempériêre, A. et al. (1998) Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX. Fondo de Cultura Económica. México.
-Halperín Donghi, Tulio (1979). Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla. Siglo XXI Editores. México.
-Sábato, Hilda (2021). Repúblicas del Nuevo Mundo. El experimento político Latinoamericano del Siglo XIX. Taurus. Buenos Aires.
-Ternavasio, Marcela (2009). Historia de la Argentina. 1806-1852. Siglo XXI Editores. Buenos Aires.
-__________ (2007). Gobernar la revolución. Poderes en disputa en el Río de la Plata, 1810-1816. Siglo XXI Editores. Buenos Aires.
-__________ (2021). Los juegos de la política. Las independencias hispanoamericanas frente a la contrarrevolución. Siglo XXI Editores. Buenos Aires
Autor/es: | LEONETTI, GISELLE EDIT |