Juventudes interpeladas ¿Cuál es el tiempo para crecer?.
Las tramas convocantes de la juventud con sus potencias creadoras tiran la alfombra al desconcierto, a la inquietud, al ímpetu transformativo y a la visión compartida de un mundo nuevo.
Los horizontes del movimiento causado por las propias traslaciones subjetivas devienen en senderos que requieren compañía, allí en el suburbio de la esquina donde el “otro” tiende la mano en las conquistas prohibidas, que tienen el plus de goce del encuentro con el aroma de alguna misión cumplida.
Salirse del centro para encontrar un lugar por fuera de la escena conocida requiere de un desplazamiento simbólico a modo de travesía psíquica, donde la intimidad del texto propio se encuentra con la posibilidad de la realización a partir de otro que habilita y aloja.
Tal como interpela el Dr Nahuel Escalada, ¿en que momento de la vida se es joven? ¿cuáles son los deberes que tienen las y los jóvenes de nuestro país?¿podemos pensar que todos los jóvenes en todo el territorio nacional con su multiplicidad de vivencias pueden transitar los niveles educativos del modo en que se lo proponemos?.
La Subsecretaría de Educación Superior convoca a la lectura de Juventudes interpeladas ¿Cuál es el tiempo para crecer?, del Dr Nahuel Escalada, Politólogo, Mgr. en evaluación de políticas públicas y Dr. en Ciencias Sociales. Director Provincial de Comunicación Educativa – Ministerio de Educación. ¡Muchas gracias Nahuel!
Subsecretaría de Educación superior.
Mg Patricia Moscato.
Juventudes interpeladas ¿Cuál es el tiempo para crecer?
Nahuel Escalada
Politólogo, Mgr. En evaluación de políticas públicas y Dr. En ciencias Sociales
Director Provincial de Comunicación Educativa – Ministerio de Educación
Me propongo en este escueto análisis traer a discusión un tema que la sociedad reproduce desde distintos ámbitos y señales ¿En que momento de la vida se es joven? ¿cuáles son los deberes que tienen las y los jóvenes de nuestro país? ¿Qué influencia tiene la edad, la escuela y el trabajo en esta etapa de la vida?
Parto del supuesto que vivimos en una sociedad marcada por méritos, metas y cronologizaciones, donde el tiempo biográfico parece estar atravesado por los tiempos del mercado, el exitismo y el mérito. En ese marco se construyen expectativas juveniles que en la mayoría de los casos son encomendadas por el mundo adulto en el marco de transiciones, familia – escuela – trabajo y consecuentemente el éxito.
Para profundizar en estos componentes tomaré la mirada de Mariana Chaves (2010) quien sostiene que la sociedad capitalista se encuentra organizada entre otras clasificaciones en clases de edad en las que se juegan relaciones de poder. La mirada desde las edades para la autora, ha consistido en segmentar, especializar e institucionalizar el ciclo de vida legitimando la primacía de una clase, grado o grupo sobre otra, con el fin de naturalizar la estamentalización.
La intervención del Estado a través de la escolarización, la salud pública y el ejército, ha sido la mediación más visible en este sentido. Otras incidencias vienen desde el discurso jurídico, y el discurso científico, principalmente la psicología, la medicina, la sociología funcionalista y la criminología. A partir del siglo XX el mercado de consumo, la industria mediática y del entretenimiento se sumaron a este proceso de institucionalización del curso de vida (Chaves, 2010).
Frente a este enunciado me parece oportuno subrayar que la juventud no puede ser entendida como una categoría que clasifica a los individuos de acuerdo a un dato biológico (Cassal, Garcia, Merino, & Quesada, 2006; Chaves, 2005; Jacinto C. , 1997; Roberti M. E., 2016). Los parámetros estadísticos comparables se enfrentan a la diversidad de realidades sociales y culturales que trascienden los límites de edad. En este sentido la condición juvenil no se ofrece de igual forma al conjunto de los integrantes pertenecientes a la categoría estadística de este grupo de edad. Por el contrario, existen modos diferentes y desiguales de ser joven.
Como primera aproximación es necesario establecer que la juventud es una categoría socialmente construida, que no es eterna, sino que se limita en el tiempo, y que esa limitación responde en gran medida a sus formas de regulación que van mutando junto a la sociedad y la política.
El establecimiento de la delimitación de la juventud no existió desde siempre ni se conforma como el modo de organizar el ciclo de vida, y en este sentido como toda designación arbitraria es susceptible de transformación. Del mismo modo los contextos en los que se escriben los estudios de juventud van desplazando las concepciones sobre la misma.
Cuando Pierre Bourdieu (1990) plantea que la juventud no es más que una palabra, hace foco en la idea de juventud como categoría construida en tanto representación ideológica, en la cual existe una lucha constante por instalar sus límites. Para el autor la reproducción de relaciones de dominio desde los mundos adultos inhibe los desarrollos juveniles en los términos que estos últimos desean e imaginan.
Mario Margulis (2008) escribe la juventud es más que una palabra, y allí sostiene que la juventud no es solo un signo ni se reduce a los atributos comerciales de una clase, la Juventud puede constituirse como un resultado de las atribuciones estéticas de los sectores dominantes. Desproveer entonces a esta etapa de valor puede convertirla en producto del mercado global donde los sectores más excluidos se verían anulados de su participación. Así la juventud no tiene un carácter homogéneo ni puede responder a una simple categorización.
En todo caso es notoria la existencia de un esfuerzo por homogeneizar las prácticas y estereotipos que se adjudican a la juventud, lo que Chaves (2010) denomina el procesamiento sociocultural de las juventudes. Como sostiene Reguillo (2000) los jóvenes no constituyen una categoría homogénea, ni comparten los modos de inserción en la estructura social.
En América Latina según Reguillo (2012) la juventud irrumpe en la escena pública a partir de los años sesenta como un actor social que tendía a ser visto con temor o con romanticismo, que reivindicaba su lugar como actor político y construido identitariamente como “rebeldes sin causa”.
Estas imágenes se van reproduciendo en diferentes etapas de la historia argentina, donde es posible identificar a los jóvenes como “subversivos” durante los setenta, como el problema a partir de los 80, desde una mirada moralizante en los 90 e incluso más cerca del siglo XXI como posibilidad de transformación.
La perspectiva de la juventud como construcción cultural aparece en Carles Feixa (1998) relacionada con una serie de tejidos culturales y sociales que engloban las instituciones políticas, las relaciones entre distintos grupos, y las cosmovisiones ideológicas propias de cada sociedad, en este sentido menciona a los “púberes” de las sociedades primitivas sin Estado; los “efebos” de los Estados antiguos; los “mozos” de las sociedades campesinas preindustriales; los “muchachos” de la primera industrialización; y los “jóvenes” de las modernas sociedades postindustriales.
No se trata de modelos unívocos, sino más bien de tipos ideales que sirven para ordenar la heterogeneidad de los datos etnográficos e históricos. En cada caso deben combinarse con otras estratificaciones internas. En este sentido es notorio como la idea de juventud hasta el siglo XX sólo incluía a varones pertenecientes a la burguesía, y es con la modernización postindustrial que el concepto se democratiza (Feixa, 1998).
Las miradas que fue desarrollando la academia en torno a la juventud tienen que ver con el contexto en que estas se inscriben, es así que las miradas institucionales muchas veces encuentran paralelismos en la conceptualización y que mutan con el tiempo. En este sentido María Lozano Urbieta (2003) identifica cuatro tendencias institucionales que pueden marcar las representaciones de lo juvenil.
- Una tendencia la concibe como una etapa desprovista de valor real en virtud de su carácter transitorio, por lo tanto, no merece una inversión significativa de preocupación ni de recursos, el sentido de la juventud se construye a futuro y el objetivo es su contención hasta que alcancen la edad adulta.
- La segunda mirada la interpreta como una población que solo está en condiciones de absorber recursos, que no aporta ni cultural ni socialmente al proceso de desarrollo, se la interpreta como una carga y a veces como una afrenta a la cultura, en este sentido la sociedad adulta considera desproporcionada cualquier demanda adicional que provenga de este sector
- Una tercera mirada se para desde la idealización de la juventud tanto posicionándola en el plano de lo peligrosos con necesidad de ser dominada o situándola en el plano de lo puro y frágil para ser tutelada.
- Por último, una cuarta tendencia es la de homogeneizar a la juventud como si en todas partes las personas de una determinada edad fueran iguales, tuvieran las mismas necesidades o se debiera esperar lo mismo de ellas (Lozano Urbieta, 2003).
Esta clasificación puede representar a groso modo las discusiones que se plantean en torno a cómo se construyen las ideas del ciclo de la vida en los espacios institucionales que deberían atravesar los jóvenes, tanto sea la escolarización, como la familia, los espacios barriales o las primeras inclusiones laborales.
Las visiones en torno a la juventud son en muchos casos generadas por los “no jóvenes” respondiendo al sistema de estratificación antes mencionado, así aparecen otras clasificaciones que nos presentan a los jóvenes como seres inseguros de si mismos, como seres en transición, como no productivos o incompletos, como desinteresados, peligrosos, y a su vez como seres del futuro, lo que en definitiva anula su presente.
Desde este planteo retomo el análisis del carácter heterogéneo de la juventud, o en este caso de las juventudes. Muchos estudios señalan que resulta más adecuado hablar de “juventudes” en lugar de referir a “juventud”. Es por eso que el esfuerzo homogeneizante de la cronologización reúne tantas voces críticas. Si definimos a los jóvenes a partir de una edad biológica, categoría que los designa como una unidad social, como un grupo constituido que posee intereses comunes, se ignora que las divisiones entre edades son arbitrarias y también se desconoce las diferencias entre las juventudes (Muñiz Terra, Roberti, Deleo, & Hasicic, 2013).
Chaves (2010) afirma que es un error de partida llevar el dato biocronológico linealmente a interpretaciones socio-culturales que conciben a la juventud como un período fijo en el ciclo de vida de los hombres y las mujeres, como un momento universalizable, en el que se entrará y se saldrá en un mismo momento independientemente de las condiciones objetivas de vida, la pertenencia cultural o la historia familiar.
En este sentido es importante subrayar que la construcción del sujeto joven en Argentina responde al estereotipo de un joven de sector medio o medio-alto en período de moratoria social, o en sentido negativo será el joven de bajos ingresos que en comparación con el joven “normalizado” siempre sale perdiendo (Chaves, 2010).
Esta idea de moratoria social responde a dos factores, uno que tiene que ver con la juventud pensada desde su carácter etario y otra que tiene que ver con el rol de la juventud en las biografías, ambas interpretaciones confluyen en entender esta etapa como un camino hacia la plenitud de la vida adulta, un momento de preparación del sujeto en el desarrollo de sus potencialidades futuras.
El sujeto ideal moderno es aquí el adulto que se convierte en la norma y desde ahí los demás estamentos serán comparados con él, el adulto también es comparado a partir de un sujeto ideal que cumpla con los requerimientos de los deseos y expectativas de la sociedad capitalista.
La construcción del sujeto adulto como destino final alimenta la perspectiva funcionalista de los estudios de la juventud a partir del ciclo vital, en el cual, una vez atravesada la etapa de preparación hacia la adultez, esta también tiene un tiempo determinado que cesará con el advenimiento de la vejez.
Hasta ahora puede observarse cómo el concepto de juventud se encuentra en tensión entre la idea de una estamentalizacion dura en la cual la edad y el ciclo vital serán los condicionantes de su estadio de moratoria social y la juventud como concepto ampliado y relacional, que no es homogéneo, que se encuentra condicionado por las estructuras sociales e institucionales y que se desarrolla de diferentes modos en diferentes espacios vitales.
Antes esto considero importante remarcar que pensar a la juventud como categoría relacional implica que no puede ser pensada ni definida de manera ontológica o esencial, ni tampoco puede universalizarse. De tal modo no existe una juventud ideal en la cual la mayoría de los jóvenes deben encajar. Por el contrario, la juventud cobra sentidos particulares en las condiciones particulares de su producción (Benassi, 2017)
Es decir, la juventud tiene que ver con un ordenamiento cultural de cómo habría que vivir una parte de la vida, pero en la práctica los propios jóvenes adscriben modos diferentes para apropiarse de ese mandato, así la incorporación o no a determinadas instituciones que marcan la etapa vital en términos etarios (como la escuela, o la inclusión al empleo), el espacio social y sus interacciones, la relación con los medios de consumo, acercaran o posicionaran a los jóvenes respecto a la construcción social de la juventud ideal.
En este punto, luego de presentar el carácter restrictivo que puede presentar la perspectiva biográfica de la juventud, creo necesario recuperar las discusiones que emergen de la sociología de la transición juvenil. La transición comprende el conjunto de procesos biográficos de socialización que de forma articulada intervienen en la vida de las personas desde que asumen la pubertad y que proyectan al sujeto joven hacia la consecución de la emancipación profesional y familiar y al alcance de posiciones sociales (Cassal, Garcia, Merino, & Quesada, 2006).
Dos grandes transiciones caracterizarían a la juventud: una que tiene que ver con el paso a la vida laboral escuela-trabajo y otra que tiene que ver con el entorno familiar, dependencia familiar-independencia. El sujeto construye en este marco determinados itinerarios que podrían traducirse en una suerte de recorridos vitales diseñados por elecciones y decisiones del individuo, pero bajo determinaciones familiares o del entorno próximo, determinaciones estructurales del contexto amplio, y determinaciones de orden cultural y simbólico (Brandán Zhender, 2014)
No obstante si miramos la tesis de Salvia (2007) en la cual los procesos de integración de los jóvenes a la vida adulta ya no transcurren por una autopista central: el paso de la escuela al trabajo. En efecto, la trayectoria educativa y la experiencia del primer empleo han dejado de ser un camino compartido que permite estructurar la identidad.
El propio concepto de transición es cuestionado a causa de las dificultades para delimitar un estadio vital cuyo único objetivo es la plenitud adulta. Por esta razón, estudios recientes han acordado, por un lado, relajar los criterios de salida de la juventud, considerando formas de emancipación económica y familiar alternativas a las tradicionales; y, por otro lado, poner en discusión la prolongación de la etapa juvenil (Roberti E. , 2016)
Teniendo en cuenta estos parámetros es que podemos preguntarnos sobre el rol clasificatorio de las etapas juveniles en el sistema educativo, y transcurre aquí una mirada sobre las trayectorias educativas ¿podemos pensar que todos los jóvenes en todo el territorio nacional con su multiplicidad de vivencias pueden transitar los niveles educativos del modo en que se lo proponemos? ¿existe un modelo ideal para atravesar la escuela secundaria? ¿Qué injerencia tiene el concepto de sobreedad en este momento de la vida?
Si entendemos a la juventud como un concepto relacional existe una tensión constante con la propia moratoria social que les proponemos. El camino a la vida adulta se presenta entonces en los jóvenes como una demanda constante y una deuda que aquellas juventudes, que muchas veces identificamos como el futuro, tienen con nosotros. Una deuda que es muy costosa de saldar y en el cual la escuela debe pensar para proponerles una adultez que no sea el resultado del posible castigo, sino un encuentro con una sociedad que aloja y crea ciudadanía.
Bibliografía
Benassi, E. (2017). Plantate y boxeá, jovenes de sectores populares, circuitos y trabajo. Tesis Doctoral. Rosario: Universidad Nacional de Rosario.
Bourdieu, P. (1990). la juventud no es más que una palabra. Sociologia y cutlura, 163-173.
Brandán Zhender, M. G. (2014). Juventud, trabajo y dispoistivos estatales, aportes criticos a la sociologia de la juventud desde la perspectiva de la gubernamentalidad. Ultima Decada(40), 37-54.
Cassal, J., Garcia, M., Merino, R., & Quesada, M. (septiembre-diciembre de 2006). Itinerarios y trayectorias. Una perspectiva de la transición de la escuela al trabajo. Trayectorias, 9-20.
Chaves, M. (Diciembre de 2005). Juventud negada y negativizada: Representaciones y formaciones discursivas vigentes en la Argentina contemporanea. Ultima Decada(23), 9-32.
Chaves, M. (2010). Jóvenes, territorios y complicidades. Una antropología de la juventud urbana. Buenos Aires: Espacio.
Feixa, C. (1998). De jóvenes, bandas y tribus; Antropología de la juventud. Barcelona: Ariel.
Lozano Urbieta, M. (Abril de 2003). Nociones de juventud. Ultima década(18), 11-19.
Margulis, M. (2008). la juventud es más que una palabra . Buenos Aires: Biblos.
Muñiz Terra, L., Roberti, E., Deleo, C., & Hasicic, C. (2013). Trayectorias laborales en Argentina, una revisión de estudios cualitativos sobre mujeres y jóvenes. lavboratorio(25), 57-59.
Perez Islas, J. (2000). Jóvenes e instituciones en México, 1994-2000: actores, políticas y programas. Mexico DF: Instituto Mexicano de la Juventud.
Reguillo, R. (2000). Emergencia de culturas juveniles, estrategias del desencanto. Bogota: Norma.
Reguillo, R. (julio-diciembre de 2012). Navegaciones errantes. De músicas, jóvenes y redes: de Facebook a Youtube y viceversa. Comunicacion y sociedad(18). Obtenido de https://rei.iteso.mx/handle/11117/5326
Roberti, E. (2016). Los sentidos (des)centrados del trabajo: Hacia una reconstruccion de los itinerarios típicos delineados por jóvenes pobres. Ultima Decada, 24(44), 227-255. Obtenido de http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.7497/pr.7497.pdf
Salvia, A., & Tuñon, I. (2007). jovenes excluidos y politicas fallidas de insercion laboral e inclusion social. Bueno Aires.
L
Autor/es: | LEONETTI, GISELLE EDIT |