ENTRE LA ORALIDAD Y LA ESCRITURA, LA PERMANENCIA DE LA MEMORIA Y LA EXISTENCIA DE LA HISTORIA.
“En lugar de pensar los Derechos Humanos como esencia universal del hombre, debemos comprenderlos, garantizarlos y afirmarlos como diferentes formas de sensibilidad, como diferentes modos de vivir, existir, pensar, percibir, sentir: en suma, como diversos modos y formas de ser en este mundo…” (Boucas Coimbra, 2000)
El vínculo entre la ciudadanía, la escuela y el ejercicio de los derechos humanos es fundante para una vida social democrática. Sin embargo, cuando nos detenemos a mirar los modismos y formas de conexión surge la necesidad de escriturar acerca de los sentidos propios de su interrelación.
El espacio escolar es fundacionalmente constructor de lo público, siendo el lugar propicio para abordar la oralidad y la escritura en sus despliegues simbólicos enunciados. Conocer y reconocer el proceso de la democracia a partir de la memoria vivida y la existencia de la historia es una manera de sostener y permanecer las condiciones propias de los Derechos humanos.
En esta oportunidad, la Prof. Estrella Mattia ofrece al colectivo del nivel superior la posibilidad de ingresar al campo de la lectura literaria con la impronta del tiempo histórico “ENTRE LA ORALIDAD Y LA ESCRITURA, LA PERMANENCIA DE LA MEMORIA Y LA EXISTENCIA DE LA HISTORIA”.
¡ Muchas gracias Estrella!.
Subsecretaría de Educación superior.
Mg. Patricia Moscato.
ENTRE LA ORALIDAD Y LA ESCRITURA, LA PERMANENCIA DE LA MEMORIA Y LA EXISTENCIA DE LA HISTORIA.
Por Estrella Mattia
Introducción
Ireneo Funes, es un extraño personaje que Borges, supuestamente, ha conocido en su juventud, y sobre quién tiene que escribir a pedido de aquellos que consideran que es necesario recordarlo. Lo describe como un sujeto cuya mayor cualidad es recordar minuciosamente y detalle por detalle todo cuanto había leído y cuánto había sucedido y -cuenta la historia-, que esa curiosa condición se agudizó en él luego de sufrir un accidente que lo había dejado inmovilizado. “En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez (…)”.
El narrador, en primera persona -Borges-, intenta reproducir en un papel los recuerdos que tiene archivados en su memoria sobre el personaje en cuestión. Así, escribe acerca de lo ocurrido en el transcurso de los escasos encuentros que había tenido con Funes cuando ambos eran muy jóvenes. Sin embargo, advierte acerca de las dificultades que se presentan al momento de intentar hacer este tipo de trabajo, puesto que considera que al escribir sobre algo que ha sucedido en el pasado, irremediablemente, se esfuman los detalles de lo ocurrido porque la capacidad de almacenamiento de la memoria tiene límites por lo cual, finalmente, sólo se logra reconstruir las generalidades de lo acontecido.
En consecuencia, se siente obligado a dar cierta explicación por aquello que seguramente no va a poder recordar y anuncia que “(…) Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya por medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato, que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche (…)”
A medida que avanza el relato, el autor que, por lo que se desprende de lo escrito, había sido partícipe de los acontecimientos que reconstruye, se permite algunas reflexiones sobre este curioso individuo y dice “(…) no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcaba tanto a individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez (…)” y concluye su historia planteando que “(…) había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos (…)”
¿Por qué iniciar el ejercicio de reflexión respecto de las relaciones existentes entre la oralidad y la memoria y entre la historia y la escritura con una breve síntesis de un relato de ficción? ¿Qué se pretende lograr con esta elección? En todo caso, ¿por qué se utiliza específicamente ese texto y no otro?, ¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a seleccionar ese cuento entre la vastísima producción de Borges?
Más allá que cualquier justificación de esta elección parte, seguramente, del placer por la literatura y de una clara afición por la intertextualidad, se podría decir que “Funes, el memorioso”, despliega en todas sus dimensiones la problemática que se pretende analizar.
Funes, el personaje alrededor del cual gira el relato de Borges, recuerda todo y ese cúmulo de información la comunica sólo oralmente. Esta particular característica permite reflexionar sobre las relaciones que existen entre la memoria y la oralidad. Simultáneamente el cuento posibilita plantear algunas cuestiones respecto de la utilización de la escritura y de cómo ésta posibilita a la memoria adentrarse en la historia, puesto que Borges intenta ejercer, en esta oportunidad, el oficio de historiador, al reconstruir por escrito lo que él mismo recuerda de todo lo dicho por Funes en el transcurso de los escasos encuentros que ambos mantuvieron en el pasado.
La narración de Borges también permite indagar hasta qué punto la memoria y la historia son construcciones sociales antitéticas o bien, complementarias. En fin, el análisis de “Funes, el memorioso” interpela acerca de estas dos formas posibles de reconstruir el pasado y preguntar si ambas pueden coexistir en un grupo social de forma que, como plantea Le Goff (1991) “la memoria escrita viene a agregarse a la memoria oral, transformándola (…)” y “(…) la historia viene a ampliar la memoria colectiva, modificándola, pero sin destruirla (…)”, o contrariamente, si la historia no es más que la transformación de la memoria que transita el camino de la oralidad a la escritura y forma parte de un proceso de evolución “natural” en el que la memoria enlazada a la oralidad posee una jerarquía inferior respecto de la historia que se constituye como tal a partir de la utilización de la escritura, de manera que “(…) la historia sólo empieza en el punto en que se acaba la memoria (…)” (Dosse, 2004:215)
Consideraciones críticas acerca del tipo de memoria que Funes poseía
y sobre sus formas de transmitir lo que recordaba
La memoria de Funes por alguna razón es un inmenso “depósito” de información con innumerables datos que, por lo general, no guardan relación entre sí pero que se encuentran grabados hasta en sus mínimos detalles. Es un gigantesco archivo en el que ha colocado sin orden, ni jerarquización alguna hechos y sujetos, idiomas y conocimientos científicos, nombres propios y descripción de lugares, números y fórmulas, que ha logrado almacenar a lo largo de su vida y de las que posee un registro casi exacto, como si su mente fuese una cámara fotográfica que ha detenido el tiempo en el instante en el que la información que se produce y queda, automáticamente, archivada en su memoria. En fin, la memoria de Funes se puede caracterizar como “memoria mecánica”.
Todos los humanos desarrollan en el transcurso de sus vidas – en mayor o menor grado- la capacidad de recordar. Esta capacidad, que se denomina historicidad, va anudada a la posibilidad que tiene cada individuo de la especie de construir su propia conciencia de tiempo y de espacio, porque como dice Agnes Heller (1997), “(…) Los seres humanos pueden concebir el tiempo y el espacio sin necesidad de la cantidad, la cualidad, la relación, la modalidad, pero no pueden concebir ninguna categoría al margen del tiempo y del espacio. Incluso lo absurdo es temporal y espacial, porque somos tiempo y espacio (…)” (1997: 18).
En este sentido, Ireneo Funes no se diferencia de ningún humano. En consecuencia, lo extraño en el relato de Borges no consiste en presentar a su personaje como un memorioso, sino en la descripción minuciosa que el autor ha realizado del tipo de memoria que poseía. Al respecto, es posible afirmar que no es el único tipo de memoria que los humanos son capaces de desarrollar, aunque el sentido común tienda asociar de manera inexorable a la memoria con el ejercicio de la repetición mecánica.
Suele estar socialmente legitimada la versión que sostiene que un sujeto es memorioso cuando ha desarrollado la capacidad de repetir lo que lee, lo que escucha y a reconstruir lo que ha vivido de manera exacta y tal y como lo ha percibido o vivenciado inicialmente. Sin embargo, existen otras posibilidades. Los humanos pueden construir una memoria selectiva, reflexiva, pueden decidir qué cuestiones recordar y cuáles olvidar, porque como afirmo en su momento Nietzsche, “es imposible vivir sin olvidar”. Así los sujetos sanos serían aquellos que logran el justo medio entre lo que recuerdan y lo que olvidan.
Funes era incapaz de realizar esa selección lo que lo transforma en un sujeto enfermo, de alguna manera encadenado a su memoria. Funes nos recuerda a un caso que estudio el psicólogo ruso Alexander Luria. A su paciente lo llamó “S “. Era un “mnemonista” que “(…) mostraba desde la infancia una memoria tan prodigiosa que llenaba de asombro a los psicólogos que se interesaban en su caso y luego al público que acudía a sus exhibiciones en el escenario (….) el mnemonista no podía olvidar (…) le resultaba difícil leer (…) apenas leía, otras palabras y otras imágenes surgían del pasado hasta sofocar las palabras del texto que tenía ante sus ojos…el gran problema para él, y el más penoso, era aprender a olvidar (…)” (Yerushalmi,1998:15).
La capacidad de recordar conecta con el pasado y con el futuro y se relaciona directamente con la necesidad de responder preguntas que son centrales para intentar explicar la propia existencia de la especie ¿De dónde venimos, ¿quiénes somos, ¿a dónde vamos?, con lo cual la memoria se encuentra íntimamente relacionada con lo que se suele denominar identidad. Así, cada humano es “hoy”, “ahora”, el resultado de lo que fue “alguna vez”. Lo que ha decidido almacenar en su memoria, tanto como lo que ha decidido olvidar de “aquello que fue”, es lo que nos permite reconocer, en el presente, lo que cada uno es y habilita para realizar el ejercicio -no siempre efectivo- de comprender los motivos del accionar presente a partir de confrontar el “ayer” con el “hoy” y el “antes” con el “ahora”.
En el relato de Borges, Funes no se encuentra en condiciones de realizar este ejercicio porque, de acuerdo a lo que reflexiona el propio autor, “Funes era incapaz de pensar”, lo que hace posible que podamos preguntarnos ¿para qué le servía a Funes su memoria, si por medio de ella no podía reconstruirse a sí mismo?, o dicho de otro modo, y ahora pensando en la realidad, el desarrollo de la memoria mecánica, encargada de reproducir palabra por palabra, ¿es útil para la supervivencia de la especie?, ¿es relevante ejercitarla para lograr comprender el presente de cada uno de nosotros?. Se podría arriesgar una respuesta y seguramente sería negativa. Se puede intentar afirmar, en cambio, que es importante poseer una memoria “fáctica” pero también advertir que no es suficiente porque si no se encuentra complementada con el desarrollo de una memoria reflexiva, la información que almacena la memoria de origen mecánico no tiene sentido ni significado. En consecuencia, es posible acordar con Jacques Le Goff (1991) cuando afirma que “(…) el concepto de memoria es un concepto crucial (…). La memoria, como capacidad de conservar determinadas informaciones, remite ante todo a un complejo de funciones psíquicas, con el auxilio de las cuales el hombre está en condiciones de actualizar impresiones o informaciones pasadas, que él se imagina como pasadas (…)” (1991: 132)
Algo análogo a lo que sucede con la memoria de los individuos ocurre con la memoria de los grupos. En este sentido, se puede decir que todos los grupos culturales que son posibles de situar en algún tiempo y en algún espacio de la vasta historia de la humanidad y a medida que los individuos de la especie homo Sapiens-Sapiens se constituyeron como sujetos con historicidad, fueron elaborando una conciencia histórica colectiva paralela a la individual y con mayor o menor complejidad, fueron reconstruyendo su pasado en la búsqueda de respuestas respecto de sus orígenes, de las causas de sus desventuras y felicidades y de las posibilidades que les brindaría el futuro.
De la misma manera que un individuo no puede recordar todo, pero tampoco olvidar todo, los grupos fueron decidiendo en función de sus necesidades y de sus intereses los elementos que constituirían su memoria colectiva. Había que elegir correcta y minuciosamente las cuestiones que integrarían la memoria del grupo porque, de hecho, en su conjunto era lo que debía permanecer para ser transmitido a las nuevas generaciones. A partir de la institucionalización de esas reconstrucciones intencionales del pasado, los grupos fueron portadores de identidad y cada uno de sus miembros se identificó con esos relatos de rememoración que en –mayor o menor medida- se han sostenido como baluartes identitarios. Por esta causa “(…) la memoria colectiva ha constituido un hito importante en la lucha por el poder conducida por las fuerzas sociales. Apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas” (Le Goff, 1991:140).
Volviendo al relato de Borges, e intentando realizar un paralelismo entre la memoria mecánica y repetitiva de la que daba cuenta Funes y las maneras de operar de la memoria colectiva va a resultar sumamente difícil lograrlo, a menos que se piense en la existencia de grupos culturales que se sostengan como tales a partir de la construcción y transmisión de una memoria colectiva inalterable y exacta, elaborada a partir de la reconstrucción total de su pasado y que obviemos el carácter social y por lo tanto intencional, tanto de la memoria colectiva en sí misma, como de su proceso constitutivo. En la realidad, esta posibilidad es prácticamente irrealizable. Y todavía más, si se profundizará sobre esta cuestión, sin dudas, emergerían las distintas formas “(…) a través de las cuales la memoria de una comunidad puede ser cambiada, deformada, y subvertida incluso hasta por aquellos que intentan preservarla y cultivarla (…)” (White, 2002:11).
Queda pendiente en este análisis la forma en que Funes transmitía lo que recordaba. Reproducía sin cambios ni modificaciones, todo cuanto había aprendido, pensado y vivido en forma oral, porque de acuerdo con lo que Borges enuncia en su relato, él consideraba innecesario escribir, porque una vez que la información se grababa en su memoria quedaba guardada de manera permanente y en cada detalle.
Funes hacía uso de la oralidad para trasmitir lo que había logrado atesorar en su memoria, pero sus relatos no evidenciaban las características de las narraciones orales. No eran acumulativas, ni redundantes, ni se conectaban directamente con el mundo real y la cotidianeidad, ni se narraban enmarcadas en un contexto. Tampoco establecían relaciones de empatía entre el narrador y el oyente y finalmente, lo relatado por boca de Funes no daba cuenta de la necesaria homeostasis o equilibrio que permite a quien relata oralmente desprenderse de los recuerdos que no poseen pertinencia para comprender el presente. Funes era incapaz de desprenderse de algún dato porque, según hemos explicitado anteriormente, no había podido aprender a olvidar.
Sin embargo, y a pesar de lo dicho, en algunas cuestiones específicas, las cualidades memorísticas de Funes lo acercaban a quienes se dedicaban ancestralmente a transmitir oralmente la memoria del grupo al que pertenecían. Al momento de comunicar a “otro” a través de la palabra hablada todo lo que recordaba, no mostraba capacidad para ordenar la información cronológicamente; le resultaba difícil describir y justificar y mucho más explicar, y argumentar.
Si se reflexiona sobre la reconstrucción que hace el autor de sus supuestas conversaciones con Funes, es posible acordar con Foucault (1986) que “sobre las palabras ha recaído la tarea y el poder de representar el pensamiento” (1986:83) e inferir, a partir de sus decires, que su estructura de pensamiento era fragmentaria y básica y sólo estaba en condiciones de comentar lo que recodaba de manera episódica, sin linealidad temporal y por consiguiente, sin posibilidades de constituir una trama.
Desde esta perspectiva, Funes podría asemejarse a los antiguos poetas épicos porque “(…) lo que constituía a un buen poeta épico era en primer lugar la aceptación tácita del hecho de que la estructura episódica era la única manera, y la manera del todo natural, de imaginarse y manejar una narración larga (…)” (Ong, 2006:141).
De todas maneras, esta analogía, no implica pensar que un sujeto como Funes –si existiese en la realidad-, pudiese parecerse a aquellos individuos que suelen denominarse “hombres memoria”. Estos genealogistas, cuya función ha sido a lo largo de la historia de la humanidad, la de ser guardianes de la memoria del grupo, sobre todo en las culturas orales primarias (aquellas culturas sin escritura) e incluso en las culturas orales secundarias (aquellas culturas que poseen escritura pero que continúan sosteniendo que la vigencia de la tradición oral mantiene la cohesión del grupo), y cuya tarea más relevante consiste en transmitir esa memoria colectiva de generación en generación, no tienen nada que ver con el personaje central del cuento de Borges.
Funes no ingresaría en esta tipología, porque contrariamente a lo suele suponerse, estos especialistas de la memoria no transmiten palabra por palabra lo que recuerdan, no son portadores de una memoria mecánica.
El cantor no comunica información en nuestro sentido ordinario de una transferencia directa de datos del cantor al oyente. En principio el cantor esta recordando de una manera curiosamente pública; recuerda no un texto aprendido de memoria, porque tal cosa no existe, ni una serie literal de palabras, sino los temas y las fórmulas que ha oído cantar a otros, De ellos se acuerda siempre de un modo diferente, según los cante o una a su manera propia en una ocasión particular para un público en especial. El canto es el recuerdo de las canciones cantadas. (Ong, 2006:143)
Así, para los hombres memoria la rememoración exacta no resulta útil porque para las sociedades en las que ellos actúan la memoria colectiva “(…) está basada en una reconstrucción generativa y no en una memorización mecánica (…)” porque “(…) las sociedades sin escritura conceden mayor libertad y más posibilidad creativa a la memoria” (Le Goff, 1991: 150).
De hecho, que la memoria colectiva de los pueblos este íntimamente enlazada con la oralidad, hace posible que ésta aparezca como endeble y poco fiable. Guardar lo más relevante del pasado de un grupo en la memoria de unos pocos y recurrir en forma exclusiva a la oralidad para transmitirla y darla a conocer, ha sido considerado por quienes sostienen que la única manera de fijar un recuerdo es a través de la utilización de la escritura, uno de los actos de mayor irresponsabilidad que pueden ejecutar las sociedades. Los relatos orales –supuestamente- están teñidos de una subjetividad que los textos escritos no tienen porque “(…) la escritura fija la afirmación y hace que la transmisión sea fiel; por lo contrario, la afirmación oral aún es una impresión sometida a la deformación en la memoria del propio observador mezclándose con otras impresiones; al pasar oralmente por los intermediarios, deforma cada transmisión (…), la tradición oral es alteración continua por su naturaleza misma; así en las ciencias establecidas no se acepta jamás otra cosa que la transmisión escrita” (Joutard,1986:53).
En este sentido, para quienes consideran que el pasado sólo se puede rescatar a partir de los rastros escritos de distinto tipo que han quedado de él y restan valor a la memoria oral, las cualidades de Funes son irrelevantes no sólo porque el personaje no escribe nada de lo que recuerda sino porque consideran que la memoria “(…) se alimenta de recuerdos vagos, entremezclados, globales o fluctuantes, particulares o simbólicos, sensibles a todas las transferencias, censuras, encubrimientos o proyecciones (…)” (Dosse, 2004: 217) y aunque Funes reproducía exactamente lo que recordaba, esta acción sólo podría ser valida en la medida que todo aquello que transmitía oralmente pudiese ser verificado a través de un ejercicio de confrontación con los escritos de donde el personaje había extraído la información que había aprendido de memoria.
Consideraciones críticas acerca del tipo de memoria que Borges poseía y sobre sus formas de transmitir lo que recordaba
Se conoce a Funes a través de Borges. El autor apela a su memoria para reconstruir lo que sabe acerca de Funes. Escribe lo que recuerda de él y aclara que sólo volcará en el papel las cuestiones generales que le permitirán caracterizar a Funes. Anuncia explícitamente que no se detendrá en los detalles porque los ha olvidado debido al tiempo transcurrido entre el momento en el que se produjeron los acontecimientos que tiene que rememorar y la tarea de reconstrucción que se propone realizar.
Es posible detectar una diferencia importante. La memoria de Borges no es mecánica como la de su personaje, pues –probablemente- de forma inconsciente ha seleccionado qué cuestiones recordar y cuáles desechar respecto de lo vivido junto a Funes en su juventud. Sigmund Freud, en su trabajo “el block maravilloso” publicado en el año 1925, describe muy claramente la disyuntiva que, seguramente, se le presento a Borges al momento de elegir qué guardar y qué anular de los recuerdos que, originalmente, almacenaba en su memoria sobre el enigmático Funes. Así, Freud considera que para guardar información en la memoria existen por lo menos dos procedimientos que, como son excluyentes, los sujetos han de decidir por uno u otro, en acuerdo a sus intereses específicos. Por ejemplo,
podemos, primeramente, elegir una superficie que conserve intacta, durante mucho tiempo, la anotación a ella confiada, esto es, una hoja de papel sobre la que escribiremos con tinta, obteniendo así una «huella mnémica permanente». La desventaja de este procedimiento consiste en que la capacidad de la superficie receptora se agota pronto. La hoja de papel no ofrece ya lugar para nuevas anotaciones, y nos vemos obligados a tomar otras nuevas. Por otro lado, la ventaja que este procedimiento nos ofrece al procurarnos una «huella permanente» puede perder para nosotros su valor cuando, al cabo de algún tiempo, deja de interesarnos lo anotado y no queremos ya «conservarlo en la memoria». El segundo procedimiento no presenta estos defectos. Si escribimos, por ejemplo, con tiza sobre una pizarra, tendremos una superficie de capacidad receptora ilimitada, de la que podremos borrar las anotaciones en cuanto cesen de interesarnos, sin tener por ello que destruirla o tirarla. El inconveniente está aquí en la imposibilidad de conservar una huella permanente, pues al querer inscribir en la pizarra cubierta ya de anotaciones alguna nueva, tenemos que borrar parte de las anteriores. Así pues, en los dispositivos con los cuales sustituimos nuestra memoria, parecen excluirse entre sí, la capacidad receptora ilimitada y la conservación de huellas permanentes; hemos de renovar la superficie receptora o destruir las anotaciones (…). (Freud, 2000: 238).
Resulta evidente que el aparato psíquico de Borges ha intentado llegar a un justo medio entre lo que tiene que permanecer como invariable y lo que se tiene que destruir por inútil. Luego, toma una segunda decisión: va a utilizar la escritura para rememorar esa parte de su pasado que se encuentra relacionado con el extraño Funes.
Esta decisión esconde el secreto deseo de “permanencia” desde dos perspectivas. Permanencia de él como autor porque quien escribe es un sujeto posicionado en un tiempo y en un espacio, instala su impronta, pone su nombre propio, se da a conocer y se pone a consideración de otros en cada trazo que dibuja con forma de palabras y, permanencia de lo escrito en sí mismo, porque lo escrito posee la cualidad de la fijeza que “(…) conlleva la idea de duración. Las buenas palabras se conciben para ser palabras que duren y permanezcan inalterables (…) “, (O”Donnell, 2000:51) aunque se corra el riesgo de la obsolescencia porque “(…) aunque las palabras están fundadas en el habla oral, la escritura las encierra tiránicamente para siempre en un campo visual (…)” (Ogg, 2006:21).
En este sentido, la narración de Borges sobre Funes se transforma en un documento escrito y que, como tal, se constituye en
(…) el golpe imprevisto de la información, que consiste en comunicar a través del tiempo y del espacio, y que procura al hombre un sistema de marcación, de memorización y de registro…Asegurando el pasaje de la esfera auditiva a la visual, se permite reexaminar, disponer de otro modo, rectificar las frases incluso hasta las palabras aisladas (…) (Le Goff, 1991: 143)
Así, el cuento “Funes, el memorioso”, es el resultado de una serie de decisiones que ha tomado quien se ha transformado en el autor del texto. De la reflexión que se puede realizar sobre dicho proceso, es posible inferir que aquel supuesto que sostiene que lo escrito posee un halo de objetividad y de verdad frente a los relatos orales, porque mientras el primer tipo reproduce palabra por palabra, y es un discurso autosupervisado porque permite hacer revisiones para llegar a las formas adecuadas y se considera que “escribir es en esencia un proceso más consciente que hablar…” (Olson y Torrance,1991:340), los segundos, como son discursos espontáneos, sólo pueden ofrecer cierto grado de fidelidad en la transmisión porque están anclados exclusivamente en la memoria de los sujetos y de los grupos, constituye una falacia.
Se suele sostener que los relatos orales son categóricamente subjetivos porque su veracidad está subordinada a la voluntad del narrador, en tanto éste decide sobre qué cuestiones hablar y sobre cuáles no en función de los recuerdos que almacena en su memoria. En oposición, se supone que los relatos escritos, se constituyen como esencialmente objetivos porque quienes escriben lo hacen luego de reflexionar acerca de cómo ese texto que resultará de lo que escriba, operará como mediador entre los acontecimientos reales y los esfuerzos por describirlos lingüísticamente. Sin embargo, las evidencias concretas muestran que, en la realidad, se produce un fenómeno contrario: los relatos orales están teñidos de objetividad, mientras que los escritos están impregnados de la subjetividad del narrador.
Por ejemplo, es posible concluir que Funes existe porque, según lo que se explicita en el comienzo del cuento, un grupo de intelectuales, entre los que se encuentra el autor del texto bajo análisis, ha tomado la decisión de recuperarlo del pasado, le otorgó identidad y de alguna manera lo inmortalizo a partir de escribir lo que recuerdan de él. Así Borges afirma que “(…) Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él (…)” y rápidamente advierte a sus colegas y a sus potenciales lectores que la rememoración que él va a realizar sobre Funes no será objetiva porque “(…) mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes (…)”.
Podría haber recordado otras cuestiones que las que recordó de su personaje, podría haberle conferido otra temporalidad a su relato, podría haber prescindido de su propia participación como oyente en la narración que realizó, podría haber dotado de otra significación a los sucesos que describió en las páginas que escribió, pero no lo hizo. Esta peculiaridad confiere al texto escrito un estatuto de subjetividad que durante mucho tiempo le ha sido negado y sólo se había otorgado sólo a los relatos orales.
Así, se puede inferir que lo que se escribe es el resultado de la decisión de quien será el autor de ese testo escrito y que, quien escribe queda irremediablemente inscripto en lo que escribe porque le resulta imposible prescindir de sí mismo.
Borges ha seleccionado qué recordar de Funes y luego escribir lo que recuerda. Desde este lugar, su labor se acerca a la del historiador porque su “tarea consiste en la construcción de un pasado en forma de relato narrativo a partir de las reliquias, de las pruebas y fuentes documentales primarias legadas por ese pasado…el relato histórico del investigador no puede ser arbitrario, sino que debe estar justificado, apoyado y contrastado por las pruebas que existan al respecto (…)” (Moradiellos, 1994: 9).
Sin embargo, Borges apela para la reconstrucción de la figura de Funes a su memoria de manera exclusiva y esto invalida, de alguna manera, su experiencia de historizar los acontecimientos del pasado. Aunque cumple con el requisito de la escritura que fija el relato, no tiene más registro que su memoria para hablar de Funes y esto es insuficiente para analizar, comprender y explicar narrativamente el fenómeno “Funes”. En consecuencia, es posible pensar que “(…) escribir historia sería una empresa vana, inacabable e inútil si no se contara con criterios para saber qué pruebas son las pertinentes de entre toda la masa de reliquias disponibles y cuáles deben seleccionarse como significativas para utilizar en la explicación histórica (…)” (Moradiellos, 1994: 11).
En algún momento de la tradición historiográfica, sobre todo a partir del siglo XIX, se afirmaba que los historiadores para realizar una pormenorizada reconstrucción del pasado debían servirse sólo de los documentos escritos puesto que eran los únicos que poseían validez, precisamente porque se suponía que lo que quedaba plasmado en un papel (o en una piedra o en el papiro según la época de la historia que correspondiese) otorgaba a lo dicho un carácter de fijación y permanencia del que carecían los relatos orales que sólo dependían para su credibilidad de la confianza que se podría depositar en quien contaba.
Actualmente, los relatos orales han sido revalorizados como fuentes para la historia e integran, en consecuencia, el corpus de reliquias de las que se sirve el historiador para ejercer su oficio, aunque en general son complementados y a veces confrontados con otras de origen escrito para permitir otorgar un mayor grado de veracidad a lo que se reconstruye del pasado.
Desde esta perspectiva, lo escrito por Borges podría considerarse un relato histórico, aunque no categóricamente ya que no utiliza otras fuentes para reconstruir lo vivido con Funes. En todo caso, se podría pensar que el texto elaborado por Borges, de acuerdo a lo que él mismo expresa, formaría parte de un conjunto de relatos escritos sobre Funes, condición que haría posible, si lo dicho fuese cierto, la posterior realización de un ejercicio de comparación entre lo que cada uno de los relatos expresa, atendiendo a que se constituirían en distintas versiones sobre un mismo acontecimiento puesto que las narraciones pertenecerían a diferentes autores y permitirían observar cómo cada uno ha reflexionado sobre Funes y cómo ha decidido, a través de la escritura, representarlo.
Conclusiones provisorias
Se ha llegado al final de este intento por explicar las relaciones existentes entre la oralidad y la escritura y las de éstas con la memoria y la historia respectivamente. Fue una aventura, analizar el fenómeno de la memoria y la oralidad a partir de Funes, un extraño personaje de ficción –o no, quizá sea real- que Borges hace conocer a través de una narración escrita. El haber escrito sobre Funes a partir de los supuestos recuerdos que sobre él posee el autor, ha permitido plantear las relaciones existentes entre la escritura y la historia y jugar –en cierta forma- a pensar en Borges como un historiador.
Se puede concluir que la oralidad y la escritura no son formas antitéticas de expresar el lenguaje sino complementarias y más aún, se podría afirmar que la segunda no anula a la primera en un proceso inexorable de evolución cultural de la humanidad, sino por el contrario que conviven y se incluyen mutuamente ya que “(…) el conocimiento de la escritura abre posibilidades para la palabra y la existencia humana que resultarían inimaginables sin la escritura (…)” aunque “(…) la oralidad no es desdeñable. Puede producir creaciones fuera del alcance de los que conocen la escritura (…) tanto la oralidad como el surgimiento de la escritura a partir de la oralidad son necesarias para la evolución de la conciencia (…)” (Ong, 2006: 169).
Algo análogo sucede con la memoria y la historia, en la medida que la primera está íntimamente ligada a la oralidad y ha sido la forma más corriente que por siglos han utilizado las sociedades sedentarias para construir su identidad y comunicarla, mientras que la historia se asocia directamente al uso de la escritura, porque generalmente resulta sumamente difícil pensar esta ciencia prescindiendo del soporte escrito que, de alguna manera, justifica y legitima su existencia. Sin embargo, “Hasta nuestros días, historia y memoria, habían estado sustancialmente confundidas y la historia parece haberse desarrollado “sobre el modelo de la recordación y de la memorización (…)” (Le Goff,1991:139). De todos modos, y a pesar de esta tradición que resulta muy compleja de desmantelar, se concluye que ambas formas de reconstrucción del pasado poseen características diferentes y tienden a complementarse y aunque, en un proceso con una fuerte impronta ideológica, se han recortado intencionalmente las memorias colectivas de los diversos grupos y se han transformado en las historias nacionales de cada pueblo con el objetivo de afianzar la identidad, los relatos orales de memoria persisten y conviven junto al discurso histórico basado para obtener su legitimidad, en un sistema de fuentes escritas y claramente jerarquizadas.
Además, la memoria tanto individual como colectiva,
no cuenta con funcionarios especializados a su servicio –los historiadores-: de manera que no obedece a los usos y reglas de la profesión, ciertamente variables a través del tiempo y de las culturas, pero identificados y localizados, bien definidos. Una de las particularidades de esta historia es así el no estar sometida a la crítica; otra de ellas es el confundir a menudo diferentes temporalidades, el tiempo del mito y el tiempo de la historia, por ejemplo, en especial cuando se trata del problema de los orígenes. Esta historia sobrevive, autónoma e intacta, o bien trasplantada, y continúa muy viva a pesar de todos los rechazos de la historia oficial y erudita. No es transmitida a la manera de una contrahistoria, pero se yuxtapone a la historia institucional (…) (Ferro, 1993: 467).
Finalmente, es importante decir algo que, por obvio, muchas veces no se repite, y que seguramente ayudará a comprender esta trama relacional que se ha intentado trazar entre la memoria y la oralidad y entre la historia y la escritura: la escritura otorga al lenguaje y al pensamiento un orden, una normativa al tiempo que hace que pierda autonomía y espontaneidad. Entonces es posible inferir que la historia, que existe como tal porque existen sujetos dedicados a la reconstrucción del pasado en forma escrita, en oposición a la transmisión oral realizada por los “Hombres memoria”, “(…) hace que la vida de una comunidad no dependa ni de las costumbres y conocimientos del pasado aprendidos por tradición oral de un líder carismático, sino de las regulaciones y reglas específicas anotadas en una página (…)” (O’DOnnell, 2000: 48).
Bibliografía
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- FERRO, Marc (1993). Cómo se cuenta la historia a los niños del mundo entero. FCE. Buenos Aires.
- FREUD, Sigmund (2000). Obras Completas. Paidós. Buenos Aires.
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Autor/es: | LEONETTI, GISELLE EDIT |