Encuentro de lenguajes y jóvenes escritores
El libro «Encuentro de Escritores Jóvenes» de editorial Ciudad Gótica es el resultado de la recopilación de cuentos de 50 escuelas santafesinas.
Se sumaron a la convocatoria jóvenes de nivel secundario y también dos escuelas primarias que aceptaron el desafío. La consigna para las escuelas primarias fue crear producciones literarias a partir de cortos audiovisuales realizados integralmente por otros niños y niñas de la provincia.
Del encuentro de lenguajes nacieron cuentos y poesías como adaptaciones libres. El recrear una pieza conlleva comprensión, adaptación y la mirada subjetiva de quien se involucra en la escritura en procesos creativos.
Gracias docentes y estudiantes por aceptar la invitación!!!
Gracias Escuela primaria 6150 «Sargento Cabral»!!!
Gracias Escuela 1388 «Antonio Berni»!!
Compartimos algunas de las producciones junto con los cortos que las inspiraron.
«Mi historia» por Tomás Abud, escuela 1388.
Yo nací en un bosque, lejos de toda la sociedad, solo, con muchos animales, aunque no sé, si considerarme yo como uno de ellos. Aunque vivo lejos de cualquier ciudad, siempre me encuentro algún aventurero apuntándome con algo rectangular y con un círculo en el medio, no sé qué es, pero me encantaría saberlo.
La primera vez que nos vimos con esa persona, tanto él como yo, estábamos muy pero muy asustados, tanto, que salimos corriendo casi instantáneamente. ni yo sabía que podía correr tan rápido.
La primera vez que ví uno de esos rectángulos me asusté el doble, pero esas dos personas me miraban con una sonrisa, como si yo fuera el tesoro más valioso del mundo.
Casi olvido mencionarlo, esas personas eran mucho más pequeñas que yo, pero de todas formas les tenía más miedo que ellos a mí. Al principio, las conversaciones eran puros gritos, algunos más fuertes que otros. siempre me gritaban ¡Peludo!, ¡Es enorme! Y otras cosas raras, como hola, pero lo que se repetía excesivamente era “¡Pie Grande!”. La primera vez que lo oí me puso a pensar, luego me enojó y después me entristeció, ¡Cómo van a caracterizarme por una parte de mi cuerpo! “Eso es cruel”. “Me voy a vengar”. “¿Soy feo?”. Con pensamientos de ira, de enojo y tristeza se llenaba mi cabeza. Quise vengarme. No sabía cómo, pero de alguna forma lo haría.
Acto seguido, pasé días en mi cueva planeando mi venganza. Un día me di cuenta que yo soy mucho más rápido que cualquiera de ellos y decidí aprovechar esa ventaja. Lo tenía claro, al primero que vea lo persigo y le grito como ellos hacen conmigo, pensé.
Había llegado el día, esa persona estaba más cerca que cualquier otra con la que me haya encontrado y ahí estaba, frente a mí, de tal forma que podía ver la parte de atrás del rectángulo.
Allí decía “cámara” había otro cuadrado pero éste tenía luz. “Ya está” pensé yo. “… Es hora de mi venganza”, fue rápido, “¡Hola!” le grité bien fuerte y seguido de su grito lo empecé a perseguir y mirándolo a él también, observé la “cámara” y note que al tocar un botón, lo que aparecía en el rectángulo con luz se quedaba quieto y se iba hacia abajo. Creo que esa imagen se quedaba allí adentro, adentro de la cámara.
Sorprendido dejé de seguirlo, pero él siguió corriendo. Hoy en día siento lástima por esa persona, aunque ya entiendo todo… yo nunca me encontré a alguien como yo. Supongo que es porque soy único y por eso los humanos (recién me entero que se hacen llamar así) me buscan para capturarme en una cámara y así usarme de trofeo.
Si algún humano está leyendo esto, por favor, ¡PAREN!
«El tiempo de Victor Jackson» por Mirela Sartini, escuela 1388.
La vida es como una estrella fugaz que brilla intensamente. No dura mucho tiempo, por eso hay que disfrutar cada pequeño momento.
Cuando Víctor Jackson tenía 11 años, pensó que en algún momento envejecería, y eso lo aterraba. Detestaba a los ancianos; detestaba su piel arrugada, detestaba sus historias aburridas, detestaba su dentadura echada a perder y detestaba sus dolores musculares.
Se le había ocurrido una idea loca, que era inventar una fórmula para jamás envejecer, y así, cumplir años sin ser en algún momento anciano. Pero a esa edad no podría hacer tal cosa.
Pasaron los años, cumplió 27. A Víctor de pequeño siempre le interesó la Química. Seguía pensando en la fórmula para no envejecer, no podía sacarse de la mente esa idea. Entonces decidió comenzar con el plan. Para hacer la formula, iba todos los días a la facultad de Ingeniería Química. Siempre lo hacía de noche, entre la 1:00AM y 5:00AM, ya que en esa hora no había nadie.
Cada vez que iba a la facultad, se acercaba más a los resultados de su gran fórmula. Pero su madre estaba preocupada, lo notaba raro, cansado y despistado. No pasaba mucho tiempo con su familia, dormía todo el día. Por eso, los padres decidieron hablarlo seriamente. Después de una larga siesta, su padre y su madre sentados en el comedor lo esperaban para hablar. Víctor se sentó nervioso. Intentaron conversar sobre lo que hacía diariamente. Él, evasivamente, solo contestaba que salía con unos nuevos amigos.
Sus padres estaban tristes, notaban su ausencia por las noches. He aquí que su madre decide revisar entre sus cosas, tratando de encontrar alguna razón por su comportamiento.
De tanto buscar, encontró un manuscrito donde descubrió su obsesiva preocupación por la vejez. Sin dudarlo, decidió confrontarlo. Al verlo comenzó el dialogo con un “Qué bello es vivir, porque toda etapa tiene su hermosura. La niñez, con sus travesuras. La adolescencia, con sus dudas y ese despertar a todo lo nuevo. La adultez, con ese toque de responsabilidad que va alternando con la chispa de la juventud. Y la vejez, que es el culminar de una vida llena de aciertos y desaciertos. De sentir cada momento como el último, con intensidad, disfrutando de la familia, los nietos. Ese disfrute sin limitaciones, de la tarea cumplida. De saber que si fuese el último suspiro, la vida dio sus frutos” Al escuchar todas estas palabras, Víctor entró en razón, sintió que todo lo que estaba haciendo, era un gran error. Que cada etapa de la vida es diferente, pero todas tienen su hermosura y su felicidad. Abrazó a su madre y le dijo lo mucho que la quería y amaba. Dejó de buscar resultados para la fórmula, simplemente siguió con su carrera de Químico. Hoy en día, Víctor tiene 81 años, y es muy feliz con su esposa, con sus 2 hijas y sus 4 nietos. Disfruta mucho de la vejez, y le agradece siempre a su madre en el cielo, diciendo…“Gracias madre, gracias por hacerme reflexionar, por haberme apoyado en mis peores momentos, por mostrarme la vida tal como es, así de fugaz y a la vez hermosa.”
“El vagón de la infancia” por Mateo Berti Tallarico, escuela 1388.
El tren solo pasa una vez.
Tómalo ahora,
disfruta el viaje,
todo llega su fin.
En el vagón de la infancia
Jugamos,
descubrimos,
imaginamos.
No cambiemos de vagón
hasta la próxima estación.
«Paco, el niño que quería jugar», por Facundo Monsalve, escuela 1388.
Había una vez un niño lobo llamado Paco a quien le gustaba jugar, como a todo niño, pero siempre estaba solo. Él no podía salir como los otros niños porque el sol le hacía daño, lo lastimaba. Sólo quería jugar. Todos los niños del pueblo pensaban que era malo.
Siempre los miraba divertirse desde su ventana y se moría de ganas de estar ahí fuera con ellos. Cuando el aullaba los niños se escondían por el miedo que le tenían. No comprendían su malestar.
En los momentos que estaba aburrido trabajaba la madera, lijaba, clavaba, construía. Su taller podía ser juego y encierro. Necesitaba aquel techo. El sol lastimaba su piel.
El era un lobo bueno, pero no sabía cómo demostrarlo. No había tenido la oportunidad. Había que conocerlo. Un día los niños se animaron a entrar al taller. Paco los vio llegar y temió. Se asustó pensando y esperando un ataque. No estaba acostumbrado a recibir visitas. Lentamente, con las miradas se estudiaron. En el aire no se sentía más que niños queriendo jugar. Paco el lobo se sorprendió porque nunca creyó que podrían estar juntos.
A partir de ese día los niños dejaron de temerle y lo visitan en su taller. Allí todos pueden jugar.
Autor/es: | MOSCHINI, ANALIA M |