Día Internacional del Libro
El Día Internacional del Libro es una conmemoración celebrada cada 23 de abril a nivel mundial con el objetivo de fomentar la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor. Desde 1988, es una celebración internacional promovida por la UNESCO.
Cuento
Espanta y Pájaros
—¡Pobre Espanta! —le dijo un gorrión a una alondra—. Su tristeza es tan grande como cinco otoños, una plaga de langostas y un pan duro.
—Así de grande…, tienes mucha razón —contestó la alondra—. ¡Y el pobre no llora por evitar preocuparnos!
Pero la alondra estaba equivocada. ¡Claro que lloraba el Espanta! ¡Y lloraba a cántaros! Sólo que lo hacía cuando estaba lloviendo para que nadie se diera cuenta.
Una lechuza, vecina de árbol, descendió dos ramas para intervenir en la conversación.
—¿De quién están hablando? —preguntó.
—Del Espanta más viejo de por aquí —respondió el gorrión.
—¿El que vive en el maizal, detrás de la loma?
—Ese mismo.
El caso es que los Espanta envejecen como cualquier ser viviente. Las tormentas debilitan sus esqueletos de madera, los fuertes vientos se van llevando, en hilachas de estopa, sus largas melenas. El granizo, cuando llega, les agujerea el sombrero. Y un poco, el corazón.
También, igual que todos los que estamos vivos, los Espanta sueñan. Y el Espanta que habitaba en el maizal, detrás de la loma, tenía su propio sueño. Un sueño sencillo para muchos; pero imposible para quien tiene los pies atrapados en la tierra.
—¿Imposible…? —dijo el gorrión—. ¡Cuando de sueños se trata esa palabra no tiene sentido!
Pero sin importar lo que el gorrión opinara, el sueño del viejo Espanta parecía realmente imposible. Porque el Espanta soñaba con ver el arroyo que atravesaba el campo muy cerca de allí.
—Cerca para quien tiene alas, patas, piernas o tentáculos —opinó la lechuza—. Pero lejos, ¡muy lejos!, para quien tiene…, tiene… ¿qué tiene?
—Raíces —afirmó el gorrión.
Atado a la tierra, el Espanta escuchó durante muchos años el sonido del arroyo que pasaba. Más fuerte en verano, más suave en invierno. Más silbado en otoño, más desordenado en primavera.
—Si es tan hermoso escucharlo —suspiraba— ¡cuánto más hermoso será verlo!
Cientos de veces le preguntó a los pájaros: ¿cómo es el arroyo?, ¿cómo es el arroyo que atraviesa el campo?
Y los pájaros se esmeraron en sus descripciones y respondieron como poetas:
"El arroyo es una canción que moja".
"Es una serpiente azul que nunca termina de pasar".
"El arroyo es la sombra de un rebaño que anda por el cielo".
Sin embargo, aquellas invenciones sólo lograban que el Espanta tuviera más ganas de ver el arroyo con sus propios ojos: dos enormes botones cosidos en su cabeza de trapo.
Así pasaron las estaciones. Y mientras más envejecía, más penaba el Espanta:
—No quisiera morir sin ver el arroyo. No quisiera…
Los pájaros estaban preocupados. La temporada de tormentas estaba cerca, y era posible que el Espanta no soportara otra granizada sobre su corazón. ¡Habría que aceptarlo…! El pobre iba a morir sin cumplir su sueño. Luego, el granjero colocaría un Espanta joven, y el asunto quedaría en el olvido.
—Yo nunca lo olvidaré —afirmó el gorrión.
—Muy bien —dijo la lechuza—. ¿Y qué puedes hacer para remediarlo?
El gorrión estuvo pensando todo el día, el otro y el siguiente; porque no le gustaba abandonar a sus amigos.
Las primeras nubes de la temporada de tormenta aparecieron en el horizonte. El Espanta, que presentía el fin de su tiempo, se ocupaba únicamente de escuchar el paso del arroyo. Como si de tanto escucharlo, pudiera verlo.
Tan cerca estaba el arroyo. Y sin embargo estaba tan lejos para el que no tenía tentáculos, patas o alas.
—¡Yo tengo alas…! ¡Y también pico! —exclamó el gorrión. Y agregó—: Tú, alondra, también tienes alas y pico. También tú los tienes, lechuza.
—¿Qué clase de disparate anida en tu cabeza? —La lechuza estaba preocupada.
El gorrión tenía en la cabeza uno de esos disparates que solamente puede dictar el amor todopoderoso. El gorrión pensaba que sería posible hacer un pozo, y arrancar al Espanta de la tierra. Luego alzarlo por los hombros de su saco harapiento, y llevarlo en vuelo hasta el arroyo.
—Los granjeros aseguran muy bien a los Espanta para que no se los lleve el viento —dijo la lechuza—. Tendríamos que cavar un pozo demasiado profundo. ¡Imposible!
Como al gorrión no le gustaba esa palabra, respondió con cierto enojo.
—Piensa, mi buena lechuza, que tu pico puede servir para algo más que para comer insectos y semillas. Y que tus patas pueden servir para algo más que sostenerte en las ramas el día entero.
La lechuza, sin embargo, no se convencía con facilidad.
—Puedo aceptar eso. Pero, ¿cómo haremos para levantarlo? Así como lo ves de flaco, el Espanta es demasiado pesado para nosotros.
—Tal vez sea pesado para nosotros tres, pero no lo será para todos los pájaros del campo.
La alondra había guardado silencio. Pero cuando abrió el pico para hablar, el gorrión lamentó, por única vez en su vida, no poder sonreír.
—Aunque sea un disparate —dijo la alondra—, te ayudaré a convocar a todos los pájaros del campo. Cruzaremos el cielo de ida y de vuelta. Al fin y al cabo, para eso están el cielo y las alas.
Al oír semejante cosa, la lechuza comprendió que tenía dos alternativas: el entusiasmo compartido o el pesimismo solitario. Y como no era sonsa, era lechuza, eligió el entusiasmo. Y allí partieron los tres, arrastrando en su vuelo un propósito de gigantes.
Al amanecer siguiente, el Espanta vio acercarse grandes bandadas desde las cuatro esquinas del cielo. Le pareció que todos los pájaros del mundo estaban allí. Y aunque no fuera así, al menos eran todos los pájaros del campo.
Cuando llegaron el gorrión carraspeó. Tenía algo muy serio para decir:
—Viejo Espanta —los nervios le cerraban la garganta—: Hemos venido a cumplir tu sueño. Para eso debemos arrancarte de la tierra y… ¡y tú sabes de sobra lo que eso significa!
Espanta lo sabía. ¿Y qué…? De todos modos, la tormenta, que ya ocupaba la mitad más triste del cielo, era la última que podría soportar su corazón.
—¡Estoy listo! —dijo.
El trabajo comenzó de inmediato. Muchos picos, y el doble de alas, escarbaron la tierra. Era necesario hacer un pozo muy profundo para que el Espanta quedara libre. Y había poco tiempo porque las nubes ya casi se caían.
—¡Qué no llueva todavía! —pedían los pájaros.
Y tenían razón en pedir. Porque si la lluvia se descargaba, la tierra se transformaría en barro, el pozo que estaban cavando se anegaría, y adiós sueño.
Los pájaros continuaron cavando y escarbando como si el cansancio fuera una mentira inventada por los hombres. De pronto se escuchó un estruendo.
—La lluvia está cerca —advirtió la lechuza.
Sus compañeros sabían que eso era cierto. Por eso, aunque estaban fatigados y sedientos, con las plumas sucias de tierra, continuaron su dura tarea.
Al cabo de un largo rato se oyó un ruido que no era de tormenta. Era el ruido de un Espanta que se estaba inclinando.
—¡Un poco más! —dijo el gorrión.
—¡Un poco más! —repitió la alondra.
El Espanta siguió ladeándose hasta que, finalmente, su cuerpo se desgajó de la tierra y cayó sobre el campo húmedo.
Los pájaros se miraron entre sí. Ya estaba cumplida la primera parte del trabajo; pero todavía faltaba cumplir el sueño.
Algunos con sus patas, otros con sus picos, los pájaros tomaron al Espanta desde los hombros de su saco hasta el ruedo de su pantalón remendado. Las alas se prepararon para alzar vuelo:
—¡Ahora! —indicó el gorrión.
Entonces, el viejo Espanta ascendió despacio y con poca elegancia. Los pájaros hicieron su mejor esfuerzo, y un poco como barrilete, otro poco como avión averiado, el Espanta subió, subió y avanzó por el aire en dirección al arroyo.
En ese momento cayeron las primeras gotas de lluvia, pesadas como ciruelas.
—Llegaremos, llegaremos —decían los pájaros para darse ánimo.
El arroyo sonaba cerca. El Espanta y su sueño estaban a punto de reunirse.
El cielo que los miraba quiso ser útil, y por un ratito retuvo la lluvia guardada en su boca.
Ese breve tiempo fue tan valioso como un siglo entero, porque alcanzó para que el Espanta llegara al arroyo. Allí estaba por fin, y sus ojos de botones se llenaron de lágrimas.
El arroyo del campo era más bello que todo lo imaginado. Más bello que la sombra de un rebaño celestial, una canción de agua y una serpiente azul. Y es que el sencillo arroyo del campo era, en verdad, un sueño cumplido.
—Gracias —dijo el Espanta. Y luego se durmió volando sobre su sueño.
Los pájaros descendieron y, con suavidad, lo depositaron sobre el campo. Recién entonces, el cielo permitió que la lluvia se descargara. Los pájaros se separaron para regresar a sus nidos. El gorrión, la alondra y la lechuza buscaron refugio en el árbol de siempre.
Las tres aves estaban muy cansadas: el Espanta se había marchado, y la lluvia golpeaba el mundo.
—¿Saben una cosa? —dijo la alondra.
—He visto el arroyo cientos de veces, y nunca me pareció tan bello como hoy.
—Lo mismo pensé —dijo el gorrión.
Después de un breve silencio, habló la lechuza:
—También me sucedió a mí.
Y es que ayudando a cumplir el sueño del Espanta, los pájaros también soñaron.
Liliana Bodoc
Liliana Bodoc Santa Fe, 21 de julio de 1958 – Mendoza 6 de febrero de 2018.
Fue una escritora y poeta argentina que se especializó en literatura juvenil.
Con su trilogía “La saga de los confines” se mostró como la revelación argentina en el género de la épica y la literatura fantástica; y sus libros fueron traducidos al alemán, francés, neerlandés, japonés, polaco, inglés e italiano.
Autor/es: | ROSSI, SILVIA PATRICIA |