Cecilia Grierson y Adelia Di Carlo. MUJERES, MAESTRAS Y FEMINISTAS DE ENTRE SIGLOS.
“Mujeres protagonistas de la historia, y mujeres borradas de ella; mujeres que sueñan, y mujeres castigadas por soñar; mujeres que sobreviven y nos ayudan a sobrevivir.. Galeano, Eduardo. (2015)
La reivindicación en sustitución del olvido posiciona y define una manera de concebir a las mujeres que imprimieron destellos en la historia. Recuperar desde la valorización aquellas vidas maestras que simbolizan luchas y decisiones oportunas permiten revisitar la historiografía de aquellos tiempos.
La exquisitez del ser docente en las profundidades de la historia es un convite a mover el horizonte y revivir el aroma del pasado con la lente de este momento. La expresión del sentido epocal otorga significados al legado cartográfico educativo que revive mediante el rostro de mujeres aquellas palabras y relatos que trascendieron la dimensión del tiempo.
Se retoma aquí, a través de este artículo la importancia histórica de algunas personalidades femeninas que se atrevieron a soñar, aún en las sombras, resignificando rasgos identitarios de aquellos gestos que merecen ser nombrados con nombre propio.
Una gran invitación a reflexionar desde una perspectiva de género de la mano del conocimiento de sus autoras Sandra Bembo y Estrella Mattia, ofreciendo la oportunidad de conocer la historiografía de sus vidas maestras.
La Subsecretaría de Educación Superior agradece la generosidad de las autoras, porque dicho artículo forma parte del Tomo 6 de "Maestras Argentinas (y maestros y maestres). Entre mandatos y transgresiones", de próxima aparición.
¡Muchas gracias Sandra y Estrella y Revista “Maestras Argentinas (maestros y maestres)” por su valioso aporte al colectivo de la Educación Superior Santafesina!
Subsecretaría de Educación Superior.
Mg. Patricia Moscato.
Cecilia Grierson y Adelia Di Carlo.
MUJERES, MAESTRAS Y FEMINISTAS DE ENTRE SIGLOS.
Autoras: Sandra Bembo y Estrella Mattia.
Algunas palabras preliminares…
“Cuando se legitimó la exclusión haciendo referencia a la distinta biología de los hombres y las mujeres, la diferencia sexual quedó establecida no sólo como un hecho natural, sino como una base ontológica para la diferenciación política y social. En la era de las revoluciones democráticas, las mujeres nacieron como excluidas políticas producto del discurso de la diferencia sexual. El feminismo surgió, entonces, como protesta contra esa exclusión, y su objetivo era eliminar ‘la diferencia sexual’ en la política, pero para ello debía expresar sus reclamos en nombre de ‘las mujeres’ (que a nivel del discurso eran producto de la ‘diferencia sexual’) y, en la medida en que actuaba por ‘las mujeres’, terminaba reproduciendo la misma ‘diferencia sexual’ que quería eliminar. Esa paradoja – la necesidad de aceptar y de rechazar al mismo tiempo la ‘diferencia sexual’- fue la condición constitutiva del feminismo durante su larga historia”. (Scott, 2012: 20).
Entre los siglos XIX y XX, las mujeres estaban inmersas en un mundo patriarcal, la teoría de las dos esferas se consolidaba en Europa y en la vida cotidiana de nuestras urbes, y, en consonancia con esa ideología, los estereotipos de género. Los varones desarrollarían sus actividades en el espacio público, tenían voz en la política, eran candidatos y votaban, se reunían en mítines políticos. Las mujeres ocuparían el espacio privado, dueñas del hogar, la economía doméstica, como madre y esposa. Estas tareas serían cuestionadas por mujeres que, desde distintas vertientes partidarias, especialmente socialistas y anarquistas, cuestionarían las premisas de domesticidad y ciudadanía asistencial a las que se veían sometidas.
Atendiendo a estas características epocales, la paradoja enunciada por Scott (2012), se pone en evidencia y se encarna en la trayectoria de Cecilia Grierson (1859-1934) y Adelia Di Carlo (1883-1965). Estas dos mujeres fueron dos maestras normalistas que constituyen dos casos paradigmáticos al momento de recuperar, de los pliegues de la historia, a las precursoras y adalides de las luchas y la militancia por la reivindicación del derecho a la educación para las mujeres, por el reconocimiento de la igualdad de inteligencia de mujeres y varones, y a quienes se las puede ubicar entramadas entre el feminismo ilustrado y el feminismo sufragista (Mediados siglo XIX- Mediados Siglo XX).
Cecilia.
Cecilia Grieson.Estudio Chandler.1914. Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros.
El 22 de octubre de 1859, Jane Duffy paría a su primer hijo, que resultó ser una niña a quien, en acuerdo con su marido, John Grierson, decidieron llamarla Cecilia. Eran tiempos difíciles para residir en la ciudad de Buenos Aires. Todavía resonaba la derrota del ejército porteño a manos de Urquiza en Cepeda (octubre de 1859) y no existía la certeza que el conflicto entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina concluyera con la reincorporación definitiva al territorio nacional de la provincia díscola convertida, provisionalmente, en un territorio independiente, escindido del conjunto.
Tampoco eran épocas de bonanza para los inmigrantes y sus primeros descendientes argentinos. La familia a la que Cecilia se incorporó por nacimiento era de origen irlandés y escocés, residentes durante años en la colonia de Monte Grande en la provincia de Buenos aires y la única de ese origen en la región. Su abuelo, William Grierson había sido uno de los colonos fundadores junto a los hermanos John y William Parish Robertson. Sin embargo, para el año 1859, la población se encontraba en pleno éxodo al sentirse defraudada y engañada por el gobierno local que había incumplido la promesa de transformar a los residentes en la colonia de arrendatarios en propietarios de las tierras que trabajaban.
Estas complicadas circunstancias hicieron posible que Cecilia naciera en Buenos Aires y que al poco tiempo (26 de diciembre de 1859), según lo consignan los registros parroquiales, fuera bautizada en la Iglesia de Nuestra Señor de La Merced, uno de los templos católicos más antiguos de la ciudad.
Sus años de infancia transcurrieron entre ambientes rurales y urbanos. Residió con su familia en zonas de la campiña uruguaya y de la provincia Entre Ríos, aunque su escolaridad primaria la realizó en escuelas inglesas de la ciudad de Buenos Aires.
La muerte de su padre cuando apenas tenía 12 años provocó un giro afectivo en su historia personal y de alguna manera, contribuiría a la formación de su identidad porque, sin dudas, “los efectos y afectos dependen de la capacidad de percibir entornos y de actuar en ellos, del poder de dejar que los elementos del entorno tengan efectos en los sujetos y de producir al mismo tiempo afectos en éstos” (Puppo, 2021: 46).
Así, Cecilia tuvo que regresar a su hogar paterno, colaborar con su madre en el cuidado y crianza de sus cinco hermanos menores y, además, trabajar con el fin de aportar ingresos a la economía familiar. Haciendo uso de su capital cultural se transformó, a pesar de su juventud, en la institutriz de los niños y las niñas de una acaudalada familia de la zona.
Como la perspectiva contextualizada de los afectos implica visibilizar “los vínculos con el mundo, enfocados en su valor emocional-afectivo, poner la mirada en las relaciones afectivas, las vivencias corporales y las conceptualizaciones cognitivas del mundo” (Puppo, 2021: 48), unos años más tarde, Cecilia dio un paso más para profundizar su experiencia docente y decidió, con la anuencia de su madre, transformar uno de los espacios de su casa en una escuela.
Allí, en ese escenario, sin poseer título oficial que avalara su trabajo, ejerció como maestra rural en una época en la que no era fácil acceder a la escolaridad para las mayorías infantiles. Corría el año 1873. La provincia de Buenos Aires se había reincorporado recientemente al territorio nacional luego que su clase política “reformó” la constitución sancionada en 1853. Se transitaba la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento. La misma Grierson rememora aquel tiempo. Recuerda que “Volví a mi hogar, en Entre Ríos, y como nuestro patrimonio disminuía más y más, mi madre aceptó gustosa el ofrecimiento de la creación de una escuela rural que funcionaría en nuestra propia estancia; el nombramiento fue hecho por el gobernador doctor Echagüe. Debido a mi corta edad, mi señora madre figuraría como directora y yo haría de maestra; así, desde 1873 fui directora y maestra durante tres años, transmitiendo los pocos conocimientos teóricos que poseía (…) El analfabetismo absoluto que reinaba en esos distritos cesó en poco tiempo, pues ya no había que recorrer diez o quince leguas para encontrar quién leyera una carta y la contestara, o para firmar un documento (…)” (S/A,1916:45).
La formación del Estado Nacional estaba en marcha y la joven que tiempo después escribió en una carta que creía que había nacido para ser maestra, se trasladó nuevamente a la futura capital Federal para concretar su anhelado proyecto: inició los estudios formales para transformarse en maestra de grado en la Escuela Normal de Señoritas de Buenos Aires. Cecilia Grierson se graduó en 1878. Integró la primera promoción de la institución que había sido fundada en 1874 por iniciativa del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Mariano Acosta, y que se encontraba bajo la dirección de Emma Nicolay de Caprile, quien había arribado en 1870 a la Argentina desde Estados Unidos para formar parte del grupo al que se lo denominaba popularmente como “las teachers de Sarmiento”.
Cecilia no lo sabía entonces, pero fue una de las primeras maestras normales lanzadas al territorio para concretar y profundizar el proyecto educativo normalista. Años después, rememoró su decisión de haber ingresado a la Escuela Normal y explicó que “en unas vacaciones vine a Buenos Aires a visitar mis antiguos discípulos y amigos, quienes me hablaron con entusiasmo de la fundación de una escuela normal, y me instaron a que ingresara. (…) Tres años felices de internado que se deslizaron sin sentir, en la antigua quinta de Cambaceres, sobre la barranca que domina a Barracas. Allí aprendíamos a vapor, pues urgía formar maestras en nuestro país; enseñábamos con entusiasmo a la par que estudiábamos y aprendíamos (…)” (S/A, 1916: 57).
Ejerció varios años como maestra de grado en escuelas de diferentes barrios de la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, otro giro afectivo en su vida, la llevaría por otros rumbos para continuar su trayectoria docente. Luego de la muerte de una de sus mejores amigas tras una larga convalecencia a causa de una enfermedad respiratoria crónica, Cecilia decidió comenzar a recorrer el difícil camino de ingreso a la carrera de medicina en la Universidad de Buenos Aires, uno de los reductos patriarcales de la burguesía criolla destinada, por entonces, exclusivamente a la formación de las élites masculinas que integraron las filas de la oligarquía nativa destinada a gobernar el país.
Logró ingresar en 1883 y luego de sortear innumerables dificultades y superar múltiples episodios de discriminación y descalificación de sus profesores y compañeros de estudio, se graduó de médica en 1889. La ruptura de la estructura patriarcal universitaria había comenzado, aunque su impronta continúo teniendo plena vigencia. Esta cuestión se hizo evidente en el tema elegido por Cecilia para doctorarse. La suya fue una tesis doctoral típicamente femenina ya que trataba sobre “Histero-ovariotomías”.
Además, se especializó en obstetricia y ginecología que son especialidades que se ocupan exclusivamente de los cuerpos de las mujeres y de la maternidad. Nunca pudo ejercer como cirujana, a pesar de que podía haberlo hecho porque su titulación la habilitaba. Su condición de mujer obturó su ingreso a ese espacio profesional que la tradición patriarcal asignó exclusivamente a los médicos varones.
Otro revés lo sufrió cuando se postuló para concursar el cargo de profesora en la cátedra de obstetricia para parteras. El tribunal evaluador constituido por médicos varones prefirió declarar desierto el concurso antes que otorgarle el puesto. Años después, recordó este episodio plagado de prejuicios planteando que “intenté inútilmente ingresar al Profesorado de la Facultad en la Sección en la que podía enseñar (…) No era posible que a la mujer que tuvo la audacia de obtener en nuestro país el título de médica cirujana, se le ofreciera alguna vez la oportunidad de ser jefa de sala, directora de algún hospital o se le diera algún puesto de médica escolar, o se le permitiera ser profesora de la Universidad. Fue únicamente a causa de mi condición de mujer (según refirieron oyentes de los miembros de la mesa examinadora) que el jurado dio en este concurso de competencia por examen, un extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí ni a mi competidor, un distinguido colega” (khon Loncarica, 1976: 47/48).
A pesar de los obstáculos que tuvo que superar, sobre todo aquellos que derivaban de su género, su trayectoria docente no se interrumpió cuando se convirtió en médica. Por el contrario, la formación académica y profesional siempre fue una cuestión que la atravesó y la preocupó.
En este sentido, Felipe Pigna en su blog “El historiador” enuncia un pormenorizado listado de las actividades que Cecilia desarrolló durante años. Entre las de mayor relevancia se encuentran “la fundación de la escuela de Enfermeras en 1886, más tarde creó la Asociación Médica Argentina, la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios y la Asociación Obstétrica Nacional de Parteras. Fue vocal de la Comisión de Sordomudos, secretaria del Patronato de la Infancia, inspectora del Asilo Nocturno. En 1899 participó en Londres del Congreso Internacional de Mujeres, que la eligió vicepresidente. De regreso al país, en 1900 fundó el Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina y más tarde la Escuela Técnica del Hogar. Fundó también el Liceo Nacional de Señoritas. Presidió el Primer Congreso de la Sociedad de Universitarias Argentinas y formó parte del grupo fundador de la Sociedad Argentina de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social” (Pigna, 2022, www.elhistoriador.com.ar).
Adelia.
Adelia Di Carlo 1935. Fuente Revista Costarricense.
La historia personal de Adelia Di Carlo, como la de Cecilia, está entramada en los avatares de la historia argentina. Nacida en Buenos Aires en 1883, también como Grierson obtuvo su título de maestra en la Escuela Normal N° 1 de la Capital Federal y ejerció la docencia hasta 1907. Era la etapa de auge de la Argentina agroexportadora: rica en exportaciones, pero dolorosamente desigual, con empresarios y comerciantes enriquecidos y una clase trabajadora expoliada, comenzando a organizarse para luchar por sus derechos.
Políticamente, la oligarquía usufructuaba el poder a través de los mecanismos que garantizaban su continuidad, el control de la sucesión y la hegemonía gubernamental. Pero esta maquinaria política empezaba a resquebrajarse. La aparición de la Unión Cívica Radical cuestionando el ejercicio fraudulento del poder, y de otros partidos, como el partido Socialista, mellaba la continuidad de las prácticas políticas. El siglo XX amanecía con las luchas de los anarquistas, socialistas y radicales.
Dentro del gobierno, comenzaron a escucharse voces disidentes y hacia 1912 se sancionó la Ley Sáenz Peña, que ampliaba la participación política con la garantía del voto secreto, la obligatoriedad y la universalidad (masculina, la ley no contemplaba a los inmigrantes y las mujeres); y con ella la UCR accedía a la máxima autoridad del Estado. Yrigoyen fue elegido presidente de la Nación.
Las mujeres argentinas comenzaron a organizarse hacia fines del siglo XIX, constituyendo agrupaciones y asociaciones feministas. Entre ellas, el comité Prosufragio femenino, la Unión Feminista Nacional impulsado por Alicia Moreau de Justo, y la Asociación Pro-Derechos de la Mujer, que presidía Elvira Rawson de Dellepiane. Sobre esta cuestión Adelia Di Carlo se interpeló críticamente y planteó en una síntesis programática de la Asociación, “¿Qué hay, pues, de malo en que el progreso, que desde entonces marcha a pasos gigantescos, le asigne un puesto no tan sólo en la tribuna o en la cátedra, sino también en el parlamento, donde puede hacer sentir la influencia de su talento equilibrado y desde el hogar idealizado por las virtudes de su alma bien templada, haga extensiva su acción regeneradora a la sociedad primero y luego a la humanidad?” (Von Liden, 2020: 45). Sin embargo, en este discurso se apuntaba a la adquisición de derechos políticos, pero no se cuestionaba el lugar asignado a la mujer en la sociedad patriarcal.
Vignoli (2023) narra que el petitorio contenía siete puntos -en los que bajo el título de “Lo que queremos y por qué lo queremos” desarrollaban el planteo programático- entre los que se contaban, entre otros puntos: la ampliación de derechos civiles y políticos; acceder a cargos directivos en los establecimientos educativos; el ingreso de mujeres en los tribunales de justicia; el cumplimiento de leyes de protección de maternidades; la igualdad de salarios; y el derecho de elegir y ser elegida. Adelia Di Carlo fue socia fundadora y secretaria de la Asociación y organizó su propia formación política, el Partido Humanista, en pro de los derechos civiles y políticos de las mujeres.
A la par de las organizaciones, las mujeres comenzaron a ingresar al campo laboral intelectual dedicándose al periodismo y/o a la escritura de ficción. Sin embargo, en acuerdo con el planteo de Diz (2012), la sociedad argentina, en la época en la que Adelia comenzó a desarrollar su profesión periodística, sostenía en líneas generales una fuerte crítica hacia las mujeres que se dedicaban a actividades laborales extra domésticas, porque “la presencia de la mujer que trabaja, escribe o lucha es, ante todo, una excepción, es decir, se la caracteriza como una alteridad infranqueable y como consecuencia de ello, se desarrolla toda una retórica sexual, mayormente misógina, en la escritura que la toma como referente” (Diz, T, 2012:312/313).
En este sentido, la escritura de Adelia Di Carlo ingresaría en esa excepcionalidad a la que se alude y el mismo Diz (2012) lo confirma cuando indica que “Sólo una firma, la de Adelia Di Carlo, se distingue, ya que puede pensarse como un discurso resistente, que elude la retórica sexista y, al contrario, describe a las mujeres intelectuales en función de lo que hacen o de lo que han producido” (Diz, T, 2012:317).
Adelia di Carlo comenzó en 1907 como cronista social en el vespertino “El Tiempo” dirigido por Carlos Vega Belgrano y escribió para La Razón, La Gaceta de Buenos Aires, La Patria, La Argentina, PBT, el Hogar y Caras y Caretas. En esta última tenía dos columnas: “Mujeres de acción destacada” y “Los grandes valores femeninos de América”, donde retrató a médicas, periodistas, sociólogas, y maestras.
Adelia rescataba en sus columnas la función y el trabajo de las mujeres, escribía editoriales publicitando sus tareas, pero es importante señalar que ella no escribía por fuera del discurso hegemónico, militaba por la reivindicación de las mujeres pero, al decir de Clerici y Gugliotella (2015), Di Carlo se encuadraría “dentro de un feminismo de corte conservador, que busca revindicar el espacio de la mujer en la sociedad, pero no su emancipación como los grupos más radicales” (Clerici y Gugliottella, 2015 :12). Además, fue una interesante escritora de ficción y sus numerosas publicaciones así lo indican. Se pueden mencionar, entre otras, Cartas de amor, En espera de la hora, La canción de la aguja, Astillas de Sándalo, El hijo del Guardabosques.
La década del treinta se inauguró con el primer golpe de Estado en la Argentina. Yrigoyen fue derrocado por el general Uriburu y la década estaría signada por el llamado fraude patriótico y violaciones de derechos. Una ola de conservadurismo buscaba consolidarse y, con ella, el rol de las mujeres en la vida cotidiana. El congreso Eucarístico de 1934 se encargó de reafirmar el lugar tradicional de las mujeres en la sociedad.
En este contexto socio político, se produjo el “accidente” en el que murió una de las más notables feministas de la época, la Doctora Julieta Lanteri. Adelia se ocupó especialmente de investigar el caso porque, además de ser amiga de Julieta, la admiraba profundamente como referente incuestionable de las luchas de las mujeres por su visibilización en el escenario público, y logró que se impusiera la hipótesis de que se trató de un atentado. En las columnas del diario El Mundo se ocupó de difundir las irregularidades del proceso y publicó el nombre del conductor del vehículo, David Klapenbach, miembro del grupo paramilitar Legión Cívica y con un frondoso prontuario delictivo. Como consecuencia de las denuncias que realizó, Adelia fue perseguida por la Policía Federal, su casa fue allanada y toda la documentación sobre el caso que ella había recopilado fue robada. Las investigaciones quedaron truncas y la sospechosa muerte de Lanteri permaneció caratulada como accidente en la vía pública.
Fernando Amato, en un artículo escrito sobre este acontecimiento, recupera la editorial que Adelia Di Carlo escribió en aquellos días de 1932 sobre el extraño suceso que terminó con la vida de la médica: “Cuando se escriba la historia del feminismo en nuestro país, se hallará su símbolo y su encarnación viviente en la doctora Julieta Lanteri, gran exponente de perseverancia y de elevación en la misión impuesta. Ahora que se comenzaba a vislumbrar el triunfo de los ideales feministas por los cuales bregó incansable en los últimos veinte años de su vida, desaparece la doctora Lanteri víctima de un accidente de automóvil. Hace más dolorosa la circunstancia que ha provocado su muerte, el hecho que ella temía ese trágico fin” (Amato, 2021:62).
Adelia desde su profesión periodística no dejo de hacer docencia y logró visibilizar a través de sus escrituras, las trayectorias de mujeres que se encontraban ocultas en un mundo patriarcal, luchó por los derechos civiles y políticos y militó para que se efectivicen a través de asociaciones y organizaciones de las que formó parte activa. Entre ellas se puede mencionar a la Asociación Cultural Clorinda Matto de Turner donde, además de ser una de las fundadoras, ejerció la presidencia por cuarenta años y también formó parte del equipo directivo de la Asociación de docentes y auxiliares de la Escuela Profesional de Mujeres en la década del cuarenta.
Algunas palabras finales.
Se ha intentado en las páginas precedentes dialogar, a través de la recuperación de postales de las vidas de dos mujeres, con la historia del feminismo en la Argentina y de reflexionar, exponiendo su accionar, sobre la existencia irresoluble de la paradoja fundacional que lo constituye: la necesidad de aceptar y de rechazar al mismo tiempo la diferencia sexual entre mujeres y hombres.
Simultáneamente, se invitó a realizar una relectura del colectivo de los y las docentes argentinos/as entre los siglos XIX y XX. Se rescataron las trayectorias de dos maestras que representan una muestra contundente de las posibilidades de corrimiento del proyecto fundacional normalista en el que se formaron y que planteaba el ejercicio de la docencia como una extensión de la función materna, que igualaba la enseñanza a la crianza y consideraba al magisterio docente como una seudo-profesión compuesta por sujetos cuya función más importante, además de disciplinar a los niños y niñas, era la de ser meros reproductores/as del orden social preestablecido.
Cecilia y Adelia pudieron recapitalizar ese lugar peyorativo que el sistema educativo formal les había asignado y que la sociedad patriarcal legitimaba, para convertirse en productoras de conocimiento y militantes, cada una desde el espacio que habitó y el lugar que ocupó, de la ampliación de derechos, en tanto tuvieron clara conciencia de que era urgente que éstos, que en principio eran sólo para los hombres, fueran también derechos para las mujeres. Así, su tarea intenta ser rescatada y sus escritos difundidos para recuperar la historia de la lucha colectiva de mujeres que se sigue escribiendo todos los días en el todavía desigual mundo en el que vivimos.
Referencias bibliográficas.
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-Pigna, Felipe (2021). Cecilia Grierson, la primera médica argentina. www.elhistoriador.com.ar
-Puppo, María Lucia (editora) (2021). Espacios y emociones. Textos, territorios y fronteras en América Latina. Miño y Dávila editores. Barcelona/Buenos Aires.
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-Von Liden, I. (2020). Pioneras de prensa. Revista Mestiza. Universidad Nacional Arturo Jauretche. Buenos Aires.
Autor/es: | LEONETTI, GISELLE EDIT |