A propósito del Día de La Tradición
Historizar las efemérides como proceso contextualizador de su origen histórico y oportunidad de otorgar sentidos para las nuevas generaciones es un itinerario que traza su propio recorrido a través del tiempo.
Los trazados de la pluma y la tinta de la historia forman parte del proceso que se resignifica en el transcurso del mismo con la impronta de la lectura en el aroma de la flecha del tiempo.
La Subsecretaría de Educación Superior agradece la producción de la profesora Estrella Mattia “A propósito del Día de La Tradición”, como modo de propiciar el dialogo colectivo con los procesos de la historia.
Subsecretaría de Educación Superior.
Mg. Patricia Moscato
A propósito del Día de La Tradición.
Si quieren que desembuche, tengo que decirles tanto que les mando que me escuchen.
Prof. Lic. Estrella Mattia (1)
Las clases altas rurales, más que fieles a la tradición, son tradicionalistas. Cuanto más antiguo es el cepo más respetable. Y si está en el museo más venerable aún. Marx lo ha dicho mejor: Las clases conservadoras justifican la abyección de hoy mediante la abyección de ayer…declaran rebelde cualquier grito del esclavo contra el látigo puesto que el látigo es un látigo antiguo, un látigo hereditario, un látigo histórico”. ( J.J. Hernández Arregui. ¿Qué es el ser Nacional?)
Esta característica que, según Hernández Arregui, define a los grupos tradicionalistas, se visibilizó con claridad en los discursos y en los escritos de quienes militaron, en el complejo escenario político de la década del treinta, para construir e instituir la figura del gaucho pampeano como otro de los forjadores de la patria e incorporarlo al panteón de los héroes nacionales junto a Manuel Belgrano y José de San Martín.
Esta acción política se formalizó, finalmente, en el año 1939. En el mes de noviembre el Poder Legislativo de la provincia de Buenos Aires, convirtió en ley (N° 4746/39) el proyecto presentado por el Senador Atilio Roncoroni, que proclamó el 10 de noviembre como el día de la Tradición. Años después, en 1975, el Congreso Nacional hizo extensiva esta conmemoración a todo el país mediante la sanción de la Ley Nacional N° 21154/75.
En este sentido, y desde entonces, se han emplazado monumentos en espacios públicos, realizado distintos actos destinados a rememorar la figura del gaucho como símbolo nacional, organizado los actos escolares pertinentes en los que se cantan y se bailan melodías alusivas a las tradiciones gauchescas.
Así, no resulta difícil encontrar información sobre el significado y el sentido de esta conmemoración en múltiples formatos tanto escritos, como audiovisuales y digitales. Sólo a modo de ejemplo, y arbitrariamente, se puede citar la breve reseña publicada en la Página Web oficial del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires (SUTEBA). Allí se lee, a propósito del 10 de noviembre lo siguiente:
La palabra Tradición deriva del latín "tradere" y quiere decir donación o legado.
Es lo que identifica a un pueblo y lo diferencia de los demás, es algo propio y profundo, siendo un conjunto de costumbres que se transmiten de padres a hijos. Cada generación recibe el legado de las que la anteceden y colabora aportando lo suyo para las futuras. Así es que la tradición de una Nación constituye su cultura popular y se forja de las costumbres de cada región.
El Día de la Tradición se celebra el 10 de noviembre, día que nació el escritor José Hernández, defensor del arquetípico gaucho y autor del inmortal "Martín Fierro", obra cumbre de la literatura gauchesca, relato en forma de verso de la experiencia de un gaucho argentino, su estilo de vida, sus costumbres, su lengua y códigos de honor.
La idea de propender a la institucionalización de un día que conmemore las tradiciones gauchas correspondió al poeta Francisco Timpone, que la propuso en la noche del 13 de diciembre de 1937, en una reunión de la Agrupación llamada Bases, institución que homenajeaba a Juan Bautista Alberdi y que tenía su sede en
La Plata, provincia de Buenos Aires.
El 6 de junio de 1938 la agrupación presentó ante el Senado de la provincia de Buenos Aires una nota pidiendo que se declare el 10 de noviembre como Día de la Tradición, por el natalicio en dicha fecha de José Hernández. La aprobación ante la Cámara de Senadores y Diputados fue unánime, declarada bajo la Ley Nº 4756/39, promulgada el 18 de agosto de 1939, y se publicó en el Boletín Oficial el 9 de septiembre del mismo año. La referida Ley se originó en el Senado y fueron sus autores D. Edgardo J. Míguenz y D. Atilio Roncoroni.
Sin embargo, una mera descripción histórica de carácter lineal y descontextualiza no resulta suficiente, para explicar y comprender el sentido otorgado a esta fecha dentro del calendario de las efemérides, y tampoco la intencionalidad política de quienes alentaron su institucionalización, porque en definitiva el Día de la tradición se entrama en un discurso sobre el pasado que tiene como condición el discurso sobre un muerto.
El objeto que circula por allí no es sino el ausente, mientras que su sentido es ser un lenguaje entre el narrador y sus lectores, es decir entre presentes. La cosa comunicada opera la comunicación de un grupo consigo mismo por medio de esa remisión a un tercero ausente que es su pasado. El muerto es la figura objetiva de un intercambio entre vivos. Es el enunciado del discurso que lo transporta como un objeto, pero en función de una interlocución lanzada fuera del discurso, hacia lo no dicho. De acuerdo con estas conjugaciones con el ausente la historia se convierte en el mito del lenguaje. (De Certeau, 1993:62/63)
Esto fue lo que se pretendió con la construcción de la figura del Gaucho como héroe nacional a partir del Día de la Tradición: restaurar, recuperar del olvido a un sujeto esfumado en el tiempo y transformarlo en otro de los personajes principales del mito de los orígenes de la Nación Argentina.
Es una efeméride, por lo menos, controvertida por los contextos históricos en los que se instauró, tanto a nivel provincial como nacional. El año en el que se oficializó la conmemoración de El Día de La Tradición para el territorio de la provincia de Buenos Aires, se inscribe dentro de una larga década que se ha dado en llamar la Restauración Conservadora oligárquica o “Década Infame”, caracterizada por la desvalorización de la política y de los partidos políticos y el descreimiento en la eficacia del sistema democrático liberal.
Fueron los años posteriores al Golpe de Estado de 1930, que destituyó al presidente constitucional, perteneciente a la U.C.R. (Unión Cívica Radical), Hipólito Irigoyen. La corrupción política, el fraude electoral y la crisis económica mundial y sus consecuencias sociales constituyeron el marco adecuado para quienes gobernaron -tanto civiles como militares- sin una marcada oposición, sobre todo porque el radicalismo había decidido la abstención como gesto político de resistencia para enfrentar las periódicas prácticas de simulacro electoral.
Fue una época de marcadas tensiones ideológicas entre las perspectivas liberales de “Centro” y las corrientes nacionalistas de “Derecha” que se disputaban, sin tregua, los espacios de poder.
En este contexto nacional, en 1939, gobernaba la provincia de Buenos Aires, desde hacía tres años, el conservador Manuel Fresco perteneciente al partido Demócrata Nacional. Fue “uno de los dirigentes de la derecha política más abiertamente decidido a evitar el retorno de los radicales. A lo largo de su gestión las prácticas fraudulentas fueron la nota dominante en todos los comicios, tanto los destinados a renovar autoridades provinciales como nacionales”. (Béjar, 1997: 81)
Simultáneamente, ejercía la presidencia del Estado, Roberto Ortiz (1938-1940) quien, aunque funcional a la lógica política de esos años, en consonancia con su filiación al radicalismo antipersonalista, pretendía recuperar las prácticas electorales democráticas y libres, convirtiéndose así en uno de los mayores adversarios políticos del gobernador de Fresco quién, además gobernaba el distrito que mayor cantidad de votos había aportado para que lograra acceder a la presidencia. La disputa política llegó al extremo. Ortiz, poco antes de entrar en licencia por enfermedad, decretó en 1940, la intervención de la provincia de Buenos Aires y la consiguiente destitución del gobernador.
La controvertida cosmovisión ideológica del gobernador bonaerense, heredera del pensamiento que representó José Félix Uriburu y que triunfó -aunque provisoriamente- en 1930, sostenía sin disimulo
la impugnación del sistema electoral se presentó asociada con la necesaria reorganización de la sociedad. La sociedad atomizada que proponía el liberalismo, basada en el reconocimiento y la defensa de los derechos y las libertades individuales, debía transformarse en una comunidad organizada a través de la acción de un Estado capacitado para atender sus necesidades básicas y para disciplinarla a través del reconocimiento de todos sus miembros de la fórmula, Dios, Patria, Hogar. (Béjar, 1997:86).
En estos escenarios políticos no resulto extraño que las agrupaciones tradicionalistas cobraran cierta relevancia política y social sobre todo si, además, como en el caso de la Agrupación Bases -llamada así en homenaje Juan Bautista Alberdi- en donde convivían en contradicción, como en el país, el ideario liberal y el nacionalista, contaba entre sus integrantes a quienes mantenían vínculos estrechos con los funcionarios del gobierno provincial e incluso formaban parte de él. Tal el caso de Francisco Timponi, el mentor del 10 de noviembre como el Día de la Tradición quien, además de poeta y secretario general de la Asociación, fue concejal de la ciudad de la Plata por el partido Demócrata Nacional y se relacionó en forma directa con representantes del poder legislativo provincial.
No fue casual entonces que el proyecto de ley elevado por el senador Atilio Roncoroni, fuera aprobado por unanimidad en el congreso de la provincia y promulgado por Manuel Fresco y que los discursos destinados a la defensa del proyecto se cerraran con una dedicación especial al gaucho realizada por el diputado provincial Ferreyra que dijo “Para ti gaucho argentino que sin saber leer ni escribir me supiste dar la patria”.
En consecuencia, desde su gestación hacia fines de la década del treinta, la fecha del 10 de noviembre porta una estigmatización fundacional, puesto que se encuentra asociada a la ideología nacionalista más conservadora y ortodoxa en plena expansión, por aquellos años. Fue en ese tiempo que,
En la provincia de Buenos Aires se advertía un consenso acerca de la suerte que había corrido el gaucho de la pampa con la irrupción del progreso. Numerosos testimonios dan cuenta de su devenir invisible frente al avance de la modernización y el crecimiento de las ciudades como centro de la vida social. Sin embargo, en los últimos años del decenio se produjo una evocación de su figura que concluyó en la consolidación del gaucho como portador de una tradición nacional. Su cristalización como elemento aglutinador, referente para el fortalecimiento de una identidad argentina, respondió a un contexto particular signado por un cosmopolitismo considerado amenazante por muchos contemporáneos. La influencia de Martín Fierro (Hernández 1872) y otras obras de la literatura gauchesca fue insoslayable para la evocación simbólica del gaucho frente a las tendencias europeizantes de la ciudad. En la dicotomía país rural frente a país urbano, se identificaba al campo con los valores de la argentinidad y a la ciudad-puerto con el cosmopolitismo disolvente. Una serie de medidas tendientes a revalorizar un pasado común y exaltar una tradición personificada en la imagen del hombre de la pampa encontraron respaldo oficial en el periodo mencionado. El proceso que se desarrolló, en el cual participaron entidades civiles y autoridades oficiales, decretó el ingreso triunfal del gaucho al panteón de los héroes nacionales. (Casas, 2010: 3)
Sin embargo, esta efeméride, también siempre tuvo sus detractores. Tanto es así que, por ejemplo, en 1943, el presidente de facto de Pedro Ramírez lanzó un comunicado oficial exigiendo a la Dirección de la Revista Atlántida que se retractará de lo escrito en contra de la figura del gaucho y restaurará su imagen como símbolo de la identidad nacional. Resulta obvio que esta defensa a ultranza del Día de la Tradición por parte de un funcionario militar hacedor, junto a otros, de un golpe de estado, no contribuyó a otorgarle a la fecha legitimidad democrática y popular.
La mirada estigmatizante sobre el 10 de noviembre nunca terminó por revertirse. Ni siquiera se logró, cuando casi cuatro décadas después, en 1975 fue convertida en una conmemoración nacional, probablemente porque la originaria había sido pensada para homenajear y rescatar del pasado al gaucho originario de la pampa bonaerense exclusivamente, ignorando la existencia de las figuras análogas que habían marcado su presencia en la mayoría de los otros territorios provinciales.
Sin dudas, el sesgo político ideológico del gobierno de aquel momento no colaboró para reconstruir el sentido político del Día de la Tradición. Ejercía la presidencia, la vicepresidenta María Estela Martínez, luego de la muerte de Juan Domingo Perón. El gobierno estaba controlado por la derecha ortodoxa del Partido Justicialista liderado, en aquel entonces, por José López Rega. En este contexto, el Congreso Nacional no tuvo reparos ideológicos ni históricos en otorgarle carácter nacional a la efeméride provincial.
La fecha elegida para la conmemoración alude al nacimiento de José Hernández, autor del libro “El gaucho Martín Fierro”. El personaje principal de este texto fue considerado por los hacedores de esta efeméride como el modelo por excelencia para recuperar del olvido a los gauchos pampeanos que, según su perspectiva habían formado parte de la construcción del Estado Nacional y que la historia oficial -sostenida sobre los textos de Bartolomé Mitre- se había encargado de invisibilizar o bien de identificarlos con la barbarie.
Para concretar este proceso de legitimación se necesitaba un estereotipo que aceptase una representación monumental y que resistiese a sus detractores. Entre las opciones disponibles, los hacedores de esta efeméride eligieron al personaje central de la historia de José Hernández, el gaucho Martín Fierro (1872-1879). La elección no fue azarosa. Lo prefirieron al Santos Vega de Rafael Obligado (1885), “el payador, aquél de la larga fama, que murió cantando su amor como el pájaro en la rama”, al Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez (1879) que era un gaucho “cuchillero” que guardaba las espaldas de los políticos de entonces y en cuyo epitafio se lee que “de un hombre nacido para el bien y para ser útil a sus semejantes, hacen una especie de fiera que, para salvar su cabeza del sable de las partidas tiene que abrirse camino y defenderse con la daga y el trabuco” y al Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes (1926) un gaucho que, convertido en maestro, se ocupó de transmitir las tradiciones gauchescas originarias, a los noveles integrantes de la burguesía criolla rural bonaerense de tal modo que, el gaucho abandonó su perfil marginal y desclasado para transformarse en el modelo preferido por los dueños de la tierras pampeanas para identificarse y diferenciarse de la burguesía portuaria y urbana.
Fierro, en cambio, era el símbolo más adecuado para la reivindicación de las tradiciones nacionales porque como bien dice A.J. Pérez Amuchástegui, “el gaucho Martín Fierro es sin duda un poema de protesta social” que cuenta los avatares, las aventuras y desventuras de un grupo social marginal compuesto por sujetos nómades y anómicos que eran obligados, la mayoría de las veces, a convertirse en soldados de frontera para luchar contra el Indio y así clausurar el proceso de territorialización del estado que se estaba concretando por aquellos años.
En este sentido, Fierro es el símbolo de resistencia “…contra el gobierno insensible, la élite farolera y el gringo intruso, que quieren imponer formas de vida importadas sin advertir que hay una realidad concreta que no se puede ignorar ni omitir” (Pérez Amuchástegui, 1988:249). Por este motivo, algún tiempo después y de la mano de su creador, José Hernández, ya disciplinado, decidió regresar.
En esas circunstancias, se mostró dispuesto a incorporarse a la lógica civilizatoria, pero sin perder su identidad. Así, en su vuelta, Fierro pretende empoderarse como un sujeto de derechos porque “es el pobre en su orfandá de la fortuna el desecho. Porque naides toma a pechos el defender a su raza. Debe el gaucho tener casa, escuela, iglesia y derechos”. (Hernández, 7139/44) porque “He visto rodar la bola y no se quiere parar. Al fin de tanto rodar, me he decidió a venir, a ver si puedo vivir y me dejan trabajar” (Hernández, 2449/60).
En este punto, y a los fines de clausurar, aunque provisoriamente, las controversias siempre vigentes que genera el tema y /o el problema del reconocimiento de la existencia y la vigencia de las tradiciones como constitutivas de la identidad nacional, porque ser una cuestión que transita sobre los bordes peligrosos de lo “ultra” entre los extremos de la derecha conservadora y los de la izquierda revolucionaria, resulta un acto de justicia recuperar al autor del personaje que ha sido fagocitado por su creación.
En consecuencia, resulta oportuno dedicarle en esta oportunidad las líneas finales de este escrito a José Hernández que seguramente, pensó a Martín Fierro como un escrito político y no como un ligero e ingenuo folleto de carácter literario. Desde esta perspectiva, José Pablo Feinmann (1982) afirma que
La memoria de José Hernández, contrariamente a la de sarmiento, no parece merecer cuestionamiento alguno. Los liberales lo reconocen en el análisis literario, en el minucioso cómputo de los octosílabos del Martín Fierro o en la búsqueda de sus elementos épicos. Ajenos a lo histórico, aíslan el poema de su contexto social y lo reducen a un caso de creación inconsciente o a la mera narración de la vida de un cuchillero de 1870. Depositado en el mundo de la fácula o de la Belleza, el poema pierde su sentido originario de denuncia. Partiendo de la crítica a esta maniobra, se elabora el reconocimiento de los revisionistas. Devuelven el poema a la historia y reivindican su lado combativo (…) Aparte del unánime reconocimiento de Hernández, del obstinado intento de apropiárselo, existe otro punto en el que estas corrientes coinciden. Todas ellas, en efecto, comparten una afirmación ya tradicional en nuestra historia literaria: Martín Fierro es el anti-Facundo”. (Feinmann, 1982: 171)
Hacer hincapié en estas cuestiones, historizar las efemérides, contextualizar su origen político, desacralizarlas y resignificarlas para otorgarle otros sentidos y donarlas a las nuevas generaciones sea quizás, el camino a seguir porque, como bien afirmó el mismo Hernández cuando concluyó su trabajo sobre La vida del chacho “trazados estos rasgos al correr de la pluma, dejamos a la inteligencia de nuestros lectores el suplir con ella, la deficiencia de que han de adolecer naturalmente” (Hernández, 1974:63).
Bibliografía
Béjar, María Dolores (1997). El gobierno de Manuel Fresco. Entre la justicia social y el fraude patriótico. Cuadernos CISH. Vol. 2 N ° 2-3. Universidad Nacional de La Plata. Buenos Aires.
Casas, Matías Emiliano (2010). Las bases de la tradición. El rol de la Agrupación Bases en la consolidación del gaucho como símbolo nacional. Provincia de Buenos Aires. 1939. Cuadernos del Sur. Historia 39. Buenos Aires.
Chavez, Fermín (1973). José Hernández. Editorial Plus Ultra. Buenos Aires.
De Certeau, Michel (1993). La escritura de la historia. Universidad Iberoamericana. Departamento de Historia. México.
Feinmann, José Pablo (1982). Filosofía y Nación. Editorial Legasa. Buenos Aires.
Hernández Arregui, Juan José (1973). ¿Qué es el ser nacional?. Editorial Plus Ultra. Buenos Aires.
Hernández, José (1974). Prosas y oratoria parlamentaria. Editorial Biblioteca Constancio C. Vigil. Rosario. Santa Fe. Argentina.
Hernández, José (2005). Vida del Chacho. Ediciones del Dock. Buenos Aires.
Pérez Amuchástegui, Antonio Jorge (1988). Mentalidades Argentinas. 1860-1930. Eudeba. Buenos Aires.
Prieto, Adolfo (2006). El discurso criollista en la formación de la Argentina Moderna. Editorial Siglo XXI. Buenos Aires.
- Profesora de Historia y Educación Cívica. Licenciada en Historia. Diplomada en Ciencias Sociales. Especialidad: Sociología (FLACSO).Postitulada en Investigación Educativa de La Universidad Nacional de Córdoba. Postitulada en “Formador Superior en Investigación Educativa” Instituto Superior del Magisterio nº 14- Ministerio de Educación de la Provincia de Santa Fe. Postgrado en “Nuevas Infancias y Juventudes”, UNR/UNL/UNER. Doctorando en Educación Superior en la UNR. Docente en escuelas medias de la provincia de Santa Fe, en las escuelas preuniversitarias de la UNR, en institutos superiores de formación docente y en posgrados y postítulos afines a la titulación. Capacitadora en distintos proyectos de fortalecimiento de la función docente en la jurisdicción provincial y en programas de capacitación de carácter nacional. Publicación de diversos artículos inherentes a la especialidad en revistas especializadas.
Autor/es: | LEONETTI, GISELLE EDIT |