El fuego se enciende cada día.
¨Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra… Por eso el profesor nunca muere ¨….
Rubem Alves
Metáforas sin fin,
crisol de comparaciones,
citas y vidas literarias en juego.
Celebrar la docencia es abrir la acción a la posibilidad.
Es abanico de significación.
Es una profesión optimista porque trabaja con ¨materiales ¨de enorme complejidad y valor. Sentimientos y emociones, concepciones y expectativas de un otro que espera.
Ser docente concreta, a diario, el despertar de un ser mejor, porque el aprendizaje nos hace mejores.
A través de la Dra. Carina Cabo, la Subsecretaría de Nivel Superior propone una lectura que entrelaza, desde las palabras una convocatoria que rememora algunas formas de sentir y percibir la profesión.
Encendamos fuego en el territorio del porqué para seguir propiciando creaciones y siendo artífices de la acción educativa. ¡Muchas gracias Carina por la generosidad del conocimiento y de la poética puesta al servicio de la comunidad del nivel!
¡Feliz día a cada educador y educadora que con esperanza y compromiso garantizan el derecho a la educación superior con arraigo!
Subsecretaría de Educación Superior.
Mg. Patricia Moscato.
El fuego se enciende cada día.
Te levantas cada mañana y pensas en ellos, tus niños y niñas, quienes cada día transitan con vos el camino de educar. Un camino liso y llano -a veces- y otras más sinuoso y escarpado, donde tus certezas se desarman y te dejan a la intemperie.
Estás parada frente a la escuela, mirando y morando en ella. Seguramente te sientas como el malabarista que juega con palos con fuego. Todos se deleitan frente al espectáculo; aunque, a veces, en sólo un instante, los palos se escapan de las manos del artista y caen al suelo; entonces, como él, los levantas y “te levantas” para empezar de nuevo. ¿Cuántas veces tenes que levantarte frente a la realidad de tus estudiantes, ante instantes que te dejan impávida/o o frente a situaciones que atraviesan los más chicos?, ¿cuántos momentos acompañas y otros tantos te das cuenta de que no alcanza con la buena voluntad?
Cada día enseñas tu materia -música, lengua, ciencias naturales o educación física- aunque ya no importa el qué sino el cómo; pero, fundamentalmente, traes a tu clase la necesidad de comprender la importancia de vivir juntos los unos con los otros y es allí donde convocas lo colectivo, a pesar de vivir tiempos de vacíos existenciales, de individualismos extremos y de exclusión social.
Y aquí estás, como el malabarista, con el fuego aún en llamas, con las mismas ganas que tenías cuando te recibiste, con la misma pasión que se enciende año a año, pero, a su vez, rearmando tu accionar en otras condiciones, las actuales, que te hacen posicionar de otra forma. Y, al igual que el hábil artista, si se cansa, tendrás que buscar otras estrategias para lograr los mejores resultados, poner el cuerpo a cada momento para que los niños y niñas que tenes en tu aula disfruten del espectáculo.
La pensadora brasileña Suely Rolnik refiere a Penélope y Ulises como las dos caras de un espejo: la de la eterna permanencia y la del eterno retorno o huida. Un siempre irse para volver y un siempre estar para añorar. Cada uno de ellos hace puerto en la figura del otro sin poder salir de la simbiosis que provoca este doble juego. En esta metáfora, ninguno, ni el que se va ni el que se queda, puede armar otro juego. Están atrapados en un territorio eterno y padeciente.
Sin embargo, huir NO es la salida. Tampoco lo es la crítica vacía a la escuela, la que la culpabiliza de los problemas actuales y de muchas situaciones cotidianas que le son ajenas.
Por lo tanto, lejos de huir de las situaciones que vivimos a diario, podríamos compartir con Deleuze la propuesta que nos trae acerca de las líneas de fuga, aquellas que permiten salir de un territorio saturado de sentido, opaco, cerrado, aquellas que ayudan a desterritorializar. Y, a diferencia del movimiento de la huida que no arma nada excepto el ya no estar, la fuga será en pos de un nuevo territorio; territorio que seguramente en algún momento también se saturará, pero mientras tanto funcionará como refugio. Ese amparo es la escuela. Entonces, podríamos probar hacernos eco de las palabras de P. Freire, quien nos regala que la escuela es el lugar donde se hacen amigos, no se trata sólo de edificios, aulas, salas, pizarras, programas, horarios, conceptos. Escuela es, sobre todo, gente, gente que trabaja, que estudia, que se alegra, se conoce, se estima. El director es gente, el coordinador es gente, el profesor es gente, el alumno es gente, cada funcionario lo es. Y la escuela será cada vez mejor, en la medida en que cada uno se comporte como compañero, amigo, hermano. Nada de isla donde la gente esté rodeada de cercados por todos los lados. Nada de convivir las personas y que después descubras que no existe amistad con nadie. Nada de ser como el bloque que forman las paredes, indiferente, frío, solo. Importante en la escuela no es sólo estudiar, no es sólo trabajar, es también crear lazos de amistad, es crear un ambiente de camaradería, es convivir, es unirse. Ahora bien, es lógico que en una escuela así sea fácil estudiar, trabajar, crecer, hacer amigos, educarse, ser feliz.
Ese es hoy el terreno donde nos encontramos maestros, maestras y profesores de niños y niñas, de adolescentes agobiados por los males de época y de adultos, quienes buscan en la escuela una luz esperanzadora; así estamos los docentes que ponemos a prueba todos nuestros saberes, que intentamos lo nuevo y aprendemos de los fallidos.
Ya no hay verdades absolutas, pero muchos no lo saben. No lo saben los padres y madres que insisten en dejar a sus hijas e hijos en la puerta de la escuela como si allí se les garantizara el saber en su totalidad; y, a veces, ni siquiera lo saben algunos maestros y maestras. Al decir de Morin (1999), si conservamos y descubrimos nuevos archipiélagos de certeza, debemos saber que navegamos en un océano de incertidumbre.
En ese marco, el que te ocupa cada día, es necesario romper con algunas certidumbres, la de creer que la institución escolar sigue siendo igual, tal como hace algunas décadas. Los cambios de época, en general, y la pandemia global, en particular, desbarataron hasta lo más rígido y certero y nos dejó a la intemperie con muy pocas convicciones y muchas dudas.
Entonces ¿Por qué enseñas?
Enseñas porque, más allá de la complejidad del mundo, hay cuentos, hay poesía, hay juegos, hay memoria y hay ganas de mostrarles el mundo a los niños y niñas. La escuela, ese lugar singular para algunos de ellos es lo único, un espacio público que los abriga y los protege.
Enseñas porque queres que tus estudiantes perciban, sientan y se apropien de un campo grande de saberes, pero envueltos en un halo de afecto.
Enseñas para darle sentido a la realidad, aunque -a veces- para algunos, la realidad no tenga sentido. Y ahí estás con tus propuestas, con tu cartulina de colores, con tu mapa político, apostando a esas infancias tan ávidas de aprender.
Enseñas porque respetas tus prácticas, tu escuela, pero especialmente a ellos y ellas con quienes compartís mucho más que horas de clases.
Enseñas porque cada día emprendes un viaje que promueve el conocimiento, porque en cada clase le propones mirar de otro modo y sabes convertirlos en turistas que se trasladan de su entorno habitual para visitar un lugar desconocido; y en ese recorrido tejes un vínculo que ata, que da seguridad y ciertas certidumbres, que ayuda a enhebrar saberes, pero, a su vez, que se abre a una plataforma para saltar a un mundo incierto y desconocido, pero con fuertes raíces que fuiste tejiendo en el aula.
Y como el flâneur de Baudelaire, ese caballero que pasea por las calles y se mezcla con el gentío de la calle, pero, por otro lado, mantiene su condición de observador atento y cabal; vos inicias el entramado para que tus estudiantes se sientan parte de algo, pero, a su vez, afuera de ese algo para mirarlo y analizarlo.
En los días que corren tu tarea es fundamental. Quizás, en medio del desconcierto haya que ir pensando otras formas de vivir, de organizarnos y, como comunidad, rearmarnos de manera diferente.
Quizás se trate de ir cartografiando el camino, escribiendo cada uno su propio mapa y habilitando experiencias que habiliten, que rompan con viejas estructuras y sean el clivaje para nuevos modos de estar en el mundo y de pensar en un nuevo nosotros, a sabiendas que la tarea es solitaria, aunque no desolada porque siempre habrá alguien que nos ayude a encender el fuego.
Carina Cabo
Doctora y Profesora en Ciencias de la educación (UNR), Profesora en Filosofía, Psicologia y Pedagogia. Especialista y Diplomada en Gestión educativa (FLACSO), Especialista en TIC y Educación Superior y en Gestión política e innovación local, Posgrado en Gestión Cultural.
Se desempeña como docente en Institutos superiores de Formación docente. Autora de los libros: La escuela… ¿Para qué?, Escuelas reales en tiempos digitales y Escuelas ondulantes. Enseñar y aprender para aprender a enseñar. Fue secretaria de cultura y educación de Rosario (2019-2021)
Autor/es: | LEONETTI, GISELLE EDIT |