¿Por qué leer?
“Se comprende que la lectura los ayude (a los jóvenes) a construirse, a imaginar otros mundos posibles, a soñar, a encontrar un sentido, a encontrar movilidad en el tablero de la sociedad, a encontrar distancia que da el sentido del humor, y a pensar, en estos tiempos en que escasea el pensamiento. Estoy convencida de que la lectura, y en particular, la lectura de libros, puede ayudar a los jóvenes a ser un poco más sujetos de su propia vida, y no solamente objetos de discursos represivos o paternalistas. Y que puede constituir una especie de atajo que lleva de una intimidad un tanto rebelde a la ciudadanía.” Michéle Petit
La narrativa subjetiva de la lectura en la intimidad de los textos de la propia vida se constituye en las autobiografías literarias. La virtud del leer con la fuerza de la historia en tiempos infantiles crean adultos renovados y lectores placenteros donde lo irreductible inicial se transforma en potencia lectora al interior del sentido único del contrasentido de la respiración de la vida.
Los temblores del leer, provocan instantes de amabilidad que sostienen momentos y acontecimientos que piden contención y escucha. El leer como refugio subjetivo donde las aristas pasibles de traslaciones personales permiten la inquietud personal en relación con un “otro” imaginario del texto hace de ese encuentro entre texto y lector una escena única de inmersión en la intimidad de dar paso a sí mismo en la pausa de la lectura.
La subsecretaría de Educación Superior ofrece un espacio de lectura a través de la autobiografía literaria de la profesora Jorgelina Garrote de la ciudad de Santa Fe, quien ofrece en voz propia la significancia del leer como constitutiva de la subjetividad.
Subsecretaría de Educación Superior.
Mg. Patricia Moscato
¿Por qué leer?
“Leer nos cambia y eso ya es una forma de cambiar el mundo” Daniel Pennac
Que la lectura es beneficiosa, no caben dudas. Entrena la concentración, genera empatía, amplía el vocabulario, pule la ortografía, ejercita la memoria, mejora la oratoria, reduce el estrés, aporta conocimientos, estimula la creatividad, flexibiliza el cerebro, nos da temas para conversar. Pero yo nunca supe nada de todo esto. Me refiero a los beneficios de la lectura. Si pienso por qué leemos, generalizaría. Cada lector tiene sus razones de por qué lee. Algunos dirán que la lectura los entretiene, que los evade de su propia realidad, que los acompaña en la soledad. También que no saben muy bien por qué leen, que leen porque sí. Y eso está bien, no tener razones que justifiquen todo lo que hacemos.
Y explicar por qué leo, cuál es la razón de sentir que la lectura es una manera de estar en el mundo, como dice Michéle Petit, les tengo que contar un poco de mí. Quizá de esa forma, pueda responder a la pregunta de por qué leo yo. Para esto, tendré que irme hacia atrás en el tiempo. Escuchar voces queridas que estuvieron presentes como los libros abiertos. Me veo en el regazo de mi mamá y en el de mi papá contándome cuentos en la cama. La voz de mi mamá cambiaba con cada personaje y eso me gustaba mucho. A veces era aguda y chillona; otras veces, oscura, quejumbrosa. A nadie le salía mejor que a ella la voz del Pato Donald. De mi papá recuerdo el timbre pausado, relajado. A mí me daba sueño cuando empezaba a leer y eso me gustaba también. Mucho tiempo después supe que es natural que a uno le dé sueño cuando se lee por la noche. Cuanto tenía entre siete y ocho años me leyó una Biblia para niños. Coincidió en que mi hermana era chiquita y mi mamá tenía que ocuparse de dormirla. La rutina de todas las noches consistía en que mamá se quedara en nuestra pieza y yo me fuera a la cama de ellos para que papá me leyera.
Por aquella época también estuvieron presentes las voces de mis abuelas y de mi tía. De mi abuela paterna recuerdo rimas, canciones, oraciones como la del Ángel de la guarda y de las historias que me contaba de fotos suyas y de su familia que guardaba en una caja de zapatos. Mi otra abuela también guardaba fotos de otras épocas y eso me encantaba. Los sábados por la tarde, después de la hora de la leche, me contaba fragmentos de su vida, los más significativos, y yo la escuchaba mientras miraba la foto y me parecía que esas personas, detenidas en el tiempo, desconocidas por mí, cobraban vida, me miraban a mí. Ninguna de mis dos abuelas llegó a la secundaria. Eran mujeres sencillas en su hablar, pero lo que me contaban y la manera en cómo lo hacían, me cautivaba. A mi tía, que era artista plástica, le encantaba contarme cuentos con títeres que ella misma confeccionaba. Eran personajes que daban miedo como las brujas. Yo me asustaba de verdad porque las brujas eran muy feas y por más que la tuviera enfrente manipulando el títere, las voces de las brujas le salían tan bien que yo no la veía a ella, sino a las brujas.
Aprender a leer a los seis años me resultó difícil. Mi mamá había comprado un diccionario con imágenes para ayudarme a leer. Para comprender la palabra aparecía, por ejemplo, la palabra “abeja” y al lado de la palabra, el dibujo. Yo miraba el dibujo y miraba la palabra y no le encontraba la relación, las letras eran otros dibujos. No sé cuándo esas incógnitas se despejaron y leer no fue tan trabajoso, habrá sido parte de un proceso que todos los chicos hacen cuando empiezan primer grado. Un día aprendí a leer. Y listo. Pero no había nada que se comparara al placer que sentía cuando mis papás y mis abuelas me contaban historias. Quizá fuese el hecho de que ellos, en esos ratos, estaban para mí.
La primera vez que lloré con la lectura de un libro fue con Mujercitas. Me lo regalaron para cuando cumplí nueve años. Yo no sabía qué era la muerte. Y la descubrí con la muerte de Beth. No podía entender que una jovencita, casi niña, tan pura, se tuviera que morir. La muerte no existía en mi vida, no existía la palabra “muerte”, nadie había muerto en mi familia, ni siquiera una mascota. La muerte apareció en los libros y con ellos, vino una sensación horrible de vacío y de abandono que cada tanto me tomaba por sorpresa en la cama, a la hora de la siesta o a la noche y entonces, tenía miedo. Los libros habían sido motivo de entretenimiento, de horizontes diáfanos, de finales felices y ahora aparecía la muerte en los cuentos. No quería seguir leyendo, no al menos esa historia. Pero por alguna razón terminé la novela, y al tiempo, la volví a leer. Y nuevamente volví a llorar con el mismo desconsuelo de la primera vez. Después descubrí, por una amiga de la escuela, que la historia continuaba en otro libro. Los busqué en la biblioteca, los leí y comprobé que la vida de las protagonistas continuaba a pesar de la muerte de su hermana. Las niñas se volvían mujeres, se casaban, tenían hijos, y éstos se volvían grandes. Me gustaba mucho el personaje de Jo que quería escribir pero además quería fundar una escuela. Su condición de mujer no fue un obstáculo para muchos de sus proyectos. Me gustaba su valentía y su sensibilidad.
Durante la primaria, la lectura fue motivo de amistad. Tuve una compañera a la que le encantaba leer como a mí. Éramos ella y yo las que íbamos todos los días a la biblioteca en uno de los dos recreos a buscar cuentos en préstamo para llevarlos a casa. Éramos casos raros, excepcionales en el grado. Cuando cumplí doce ya no tuve esa compañera de lecturas con la cual intercambiar libros. Porque además de ir juntas a la biblioteca y comentar lo que leíamos, nos prestábamos libros que nuestros padres nos regalaban. Digo que no la tuve más porque ella dejó de interesarle los libros. Tampoco encontré otra amiga con la cual socializar lo que leía. En casa mis papás leían cada cual lo suyo, siempre un libro en la mesa de luz, siempre el diario de la tarde que traía el canillita a casa.
Por aquel entonces, la biblioteca de la escuela había perdido su encanto porque no encontraba libros para adolescentes. Entonces mi mamá me hizo socia de la Biblioteca Pedagógica. Podía acceder a otros libros porque los que me regalaban para mi cumpleaños o Reyes, los leía con avidez. A veces los releía porque no tenía qué leer pero en verdad quería historias nuevas. La sección Infanto-Juvenil de la Biblioteca era colorida, luminosa, con afiches en las paredes y móviles en las lámparas que pendían del techo. En cambio la Sección Central era más bien oscura, silenciosa, las paredes pintadas de gris. En los numerosos estantes descansaban los libros, muchos de ellos encuadernados con tapas duras de color azul marino o verde oscuro. Cuando le dije a la bibliotecaria que quería leer algo para mi edad me dijo que me fijara en aquéllos que tuvieran un papelito amarillo pegado en el lomo porque ésos eran para jóvenes. Cuando saqué esos libros con el papelito amarillo, me encontré con que nada indicaba que pudieran ser lecturas para mí. Sin embargo, me llevé un par. Algunos años después, supe que había leído a Bioy Casares, a Steinbeck, a Hemingway, a Cronin. Aparecieron luego en esa sección García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Isabel Allende. El período de la adolescencia fue el más difícil en el sentido de encontrar lecturas, autores, libros que pudieran atraerme. No tuve mediadores que me orientaran o amigas con las que compartir lecturas.
Para mí la lectura siempre fue una búsqueda. Siendo niña la lectura fue motivo de ensoñación; imaginar me gustaba muchísimo. Imaginar la historia, y luego seguir en ese estado de ensoñación era construir mi propio mundo. No hace mucho leí una cita de George Jean en un manual de Literatura en que se mencionaba la necesidad de imaginar. “La vida imaginaria es, pues, mucho más que una necesidad de vida: es una necesidad fundamental. Y contemplar el mundo, percibirlo y comprenderlo mejor no es perder el tiempo”. Siguiendo en esta línea, voy a citar nuevamente a Michéle Petit porque creo que con esta cita estoy respondiendo por qué la lectura es una opción en la vida a la que hay que apostar: “Se comprende que la lectura los ayude (a los jóvenes) a construirse, a imaginar otros mundos posibles, a soñar, a encontrar un sentido, a encontrar movilidad en el tablero de la sociedad, a encontrar distancia que da el sentido del humor, y a pensar, en estos tiempos en que escasea el pensamiento. Estoy convencida de que la lectura, y en particular, la lectura de libros, puede ayudar a los jóvenes a ser un poco más sujetos de su propia vida, y no solamente objetos de discursos represivos o paternalistas. Y que puede constituir una especie de atajo que lleva de una intimidad un tanto rebelde a la ciudadanía.” Creo que la cita lo dice todo en cuanto al por qué vale la pena leer. Y si tenemos hijos, sobrinos o somos docentes, si tenemos contacto de manera más o menos directa con chicos y adolescentes, no perdamos la oportunidad de mostrarles la opción de los libros. Con entusiasmo, no como deber. Y para entusiasmar primero hay que entusiasmarse porque no hay otra forma de motivar. Porque si a nosotros nos gusta, la lectura será contagiosa. Y habremos hecho un regalo, un valioso regalo.
Jorgelina Garrote*
Bibliografía
-Actis, B. ¿Qué, cómo y para qué leer? Un libro sobre libros. Rosario, Homo Sapiens, 2002. Pág.20.
-Donoso, J. Donde van a morir los elefantes, Bs.As., Alfaguara, 1995 en Rayuela. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Año 2, N°3, 2001.
-Pennac, D. en “Existe el derecho a no leer; no todo libro vale la pena” en Revista Ñ, Clarín, 16/4/05.
-Petit, M. Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México, FCE, 1999. Pág.17-18.
IMAGEN DE PORTADA: “Petit dimanche tranquille” Isabelle Arsenault, 2011. (crayón y collage)
*Jorgelina Garrote (Santa Fe, 1975) es Profesora y Licenciada en Letras (UNL). Realizó el Postítulo Actualización Académica en Literatura para niños y jóvenes organizado por instituciones terciarias de la ciudad años 2003-2004. Ejerce la docencia en escuelas secundarias y en el Liceo Municipal “Antonio Fuentes del Arco”. Participa en el programa de radio “Un viaje con vo(z)” con una columna de literatura en LT10 Radio de la Universidad Nacional del Litoral desde el año 2016. Fue tallerista virtual del Taller Literario de Beatriz Actis desde 2013 hasta 2020. Fue Premio Academia Argentina de Letras en 1998 y 2000. Obtuvo la Beca de Cultura de la Provincia de Santa Fe en investigación literaria en 1999. Obtuvo el II Premio de Poesía en el Concurso Elda Massoni 2016 organizado por ERA, Rafaela, el Cuarto Premio de Poesía en el 56°Concurso Internacional de Poesía y Narrativa “Premio a la Palabra”, 2017, el III Premio de Poesía en el 62° Concurso Internacional “Ensamblando palabras”, 2018 y una Mención en el 66° Concurso Internacional “Premio a la Palabra” 2019 en Junín, Bs.As. Participó en el libro Las aulas de literatura de Beatriz Actis y Ricardo Barberis, Rosario, Homo Sapiens, 2013, en la Antología de nuevos cuentistas y poetas III, del Instituto de Educación Superior N°28, Rosario, 2014, en el libro Latinoamérica en breve con selección Sergio Gaut vel Hartman, D.F., México, 2016; en la Antología Una historia por una sonrisa Vol.1, Buenos Aires 2017 y Vol.II 2018. Fue seleccionada por la Cátedra Lenguajes Visuales 3 de la carrera de Diseño de la UBA con su cuento “Cuando el río sonó a música” para el proyecto de álbum ilustrado 2018. Publicó artículos en el diario El Litoral de Santa Fe y en revistas académicas de la UNL. Fue jurado del XIV y XV Concurso Literario de Cuento y Poesía organizado por la Asociación Mutual Maestra de Santa Fe en 2018 y 2019, entre otros antecedentes. Cursó y aprobó la Diplomatura en Lectura, escritura y educación en Flacso virtual en el año 2020 (sólo resta el coloquio final).
Autor/es: | LEONETTI, GISELLE EDIT |