25 de mayo. Memoria e historia. Cómo recuperar la voz de las/los que (no)tienen voz.
Cada 25 de mayo nos convoca a rememorar casi ritualmente un momento histórico fundante de la identidad de nuestro país, la formación de un gobierno “patrio”, criollo que quiere ser libre de la dominación colonial española.
Es entonces que la historia interactúa contribuyendo a la construcción de una memoria colectiva donde el acontecimiento se vuelve el hecho significativo para el conjunto de la ciudadanía y más allá del debate alrededor de la relación entre historia y memoria no es posible pensarlas separadament; pero el campo de la memoria histórica está a menudo relacionado con la conmemoración, por medio de lugares, textos, objetos y símbolos que son resignificados por el grupo o el colectivo social.
Pero, ¿cómo recordamos el pasado y de qué forma? ¿Qué pasado? ¿Con quiénes?
El relato histórico se nos presenta incompleto cada vez que recreamos los actos y aparecen en escena los personajes “populares” de aquel mayo de 1810, que nos desafía a revisar y revisarnos.
¿Qué rol tuvieron estos sectores populares en el proceso revolucionario? Qué lugar ocuparon aquellos que no tenían voz?
La sociedad que hizo la revolución estaba una fuertemente dividida. Una división que marcaba la diferencia y entre “gente decente, que tenía respetabilidad y dinero”; y la plebe o el bajo pueblo, que por su color de piel no integraban la parte más sana y blanca de la población. Ser blanco era ser considerado blanco por los demás.
Cuando estudiamos estos períodos se sigue ponemos énfasis en los grandes personajes, en los grandes líderes del proceso. Pero si sólo se los sigue a ellos, uno se queda con una mirada sesgada de la historia, si no se estudia la participación del bajo pueblo no se entiende la revolución porque sin su protagonismo la revolución no hubiese sido posible. Es un sector muy amplio de gente que tenía las ocupaciones más pobres: jornaleros, peones, lavanderas, planchadoras, los que trabajaban en el matadero, los que bajaban a buscar agua y los que, en los actos escolares aparecen vendiendo mazamorra, velas. Además de ser el piso social, tenían muchas diferencias entre sí, era un conglomerado muy heterogéneo que los de arriba aglutinaban en la plebe.
En el caso rioplatense, es posible ver cómo las tensiones sociales preexistentes adquirieron una dimensión política concreta y la intervención popular fue uno de los elementos centrales de la política. No tenemos en la historia colonial antecedentes de manifestaciones públicas de la plebe de gran importancia y menos aún en la política. Pero a partir de Mayo de 1810 esta situación se revierte y el bajo pueblo comienza a formar parte de la escena política.
La Revolución se tradujo muchas veces en un desafío directo al orden de la sociedad y, por momentos no solo se identifican dos bandos, sino que fueron surgiendo nuevas facciones respecto a la revolución , en relación a las expectativas bien diferenciadas de los dirigentes y las de los sectores populares. Esto sumado con la fuerte militarización que produjo la guerra y la participación en milicias y tropas de línea transforman en nuevos protagonistas a los sectores pobres casi olvidados. Lo que hay es gente que construyó su historia política en interacción con sectores populares.
Hoy nuevos análisis históricos se centran en recuperar la voz de los que no la tienen, de los que no pudieron dejar escritos porque no sabían leer ni escribir, los que aparecen en los relatos y memorias perdidas.
Pero si hay “olvidados” o negados en la Historia tiene que ver con las mujeres. La revolución está asociada en la memoria colectiva a protagonistas varones. Sin embargo, muchas mujeres fueron parte de la gesta de los Estados Nacionales decimonónicos pero ellas estuvieron allí no sólo como excepción, sino como motores de una línea de acción incluso más radical que la de sus compañeros. En esto parte de la historiografía, siempre ha negando la presencia femenina o, en el mejor de los casos le ha asignado el lugar de asistente del esposo, hermano, amante o el de ser excepcional: las heroínas como Juana Azurduy o Mariquita Sánchez. A la hora de fortalecer el frente interno, de sumar apoyo local para la independencia las “mujeres ocupaban el doble Papel: del ejemplo a seguir y el de retaguardia de los hombres”.
Fueron muchas y variadas las acciones en las que participaron mujeres de orígenes diversos durante el proceso independentista que siguió a los levantamientos de Mayo, tanto en el Río de la Plata como en el Alto Perú. Las protagonistas femeninas provenían de la elite , que participaban e intervenían en las conversaciones políticas de la época como las tertulias, eran las “decididas de la revolución”, como Mariquita quién no solo fue una buena anfitriona si no que se convirtió en símbolo de la modernidad tardía, porque recurrió a la ley para defender su derecho a elegir marido contra la voluntad del patriarcado( padre). También hubo otras mujeres anónimas y de sectores populares que fueron partícipes de los acontecimientos de 1810 como las trabajadoras independientes (lavanderas y vendedoras ambulantes), siempre activas y presentes en la vida urbana.
Pero hay una gran diferencia en la participación en la Revolución en el Alto Perú y la del Río de la Plata : la participación de las mujeres en situaciones de guerra o enfrentamientos bélicos en muchos casos estuvo vinculada con el apoyo a familiares, garantizando la logística militar y haciendo conexiones como emisarias o espías. Estas modalidades, determinantes en un momento dado, no sólo no fueron valoradas, sino que no fueron recogidas, analizadas e incorporadas a la historia. Las mujeres condujeron y participaron en acciones de guerra, discutieron estrategias y asumieron consecuencias como la tortura y la muerte tal lo expresado por la historiadora Berta Wexler. La participación de mujeres campesinas e indígenas con los soldados, proporcionando albergue e información sobre los movimientos de las tropas realistas y trabajo para mantener las cosechas durante la guerra, constituyeron elementos sustanciales en favor de la causa de la independencia. Hoy reconocemos la existencia de aportes historiográficos, que atraviesan la mirada desde el género y la historia social. No se trata de una “reparación” o intento de “completar” la historia dando lugar a los que nunca aparecieron en ella, sino apunta a entender la presencia popular y de las mujeres en la historia argentina.
Si bien la historia no puede suplantar a la memoria colectiva, hoy más que nunca, subsiste un imperativo casi moral de montar guardia ante el olvido. Las memorias se construyen y se olvidan continuamente. Pueden ser manipuladas y cambiadas. La memoria social, donde se comparte una historia común con un grupo concreto de gente, es clave para creer y mantener una identidad colectiva e individual.
Autor/es: | LEIVA, PATRICIA GUADALUPE |