Los caminos de Belgrano por Santa Fe

Por Federico Antoniasi
Profesor de Historia

Manuel Belgrano (1770-1820) es uno de los protagonistas ineludibles de nuestra Revolución. El Creador de la Bandera (Rosario, 27 de febrero de 1812) se nos muestra en esta encrucijada que vivimos, como uno de los más activos pensadores y políticos que nos legaron aquellos tiempos en que comenzó a gestarse el Estado independiente. Conocemos a un Belgrano polifacético, que deja la comodidad de su carrera, de su profesión y de su vida resuelta, por los debates políticos y los campos de batalla. Llegamos a leer y entender a un hombre que pensó el país con visión integral hasta el punto que aún nos habla de realidades muy nuestras, que urge repensar y resolver. Vivenciamos la experiencia de un hombre que murió por esa Revolución que supo encarnar, con éxitos y desdichas.

Como buen representante de la fisiocracia, valoró la tierra como fuente de riqueza, en un momento en que comenzaba a darse lentamente la transformación en la percepción que la Corona española poseía del abierto espacio pampeano. Hasta ese momento marginal, periférico, poco proclive a su utilización y puesta en producción, definido por la escasez, en el sentido de inexistencia de yacimientos mineros y falta de brazos originarios para el trabajo; el ámbito de la Pampa podía pensarse como un área de frontera que poco preocupaba a las autoridades coloniales. Belgrano fue uno de los grandes promotores de su conversión en un espacio con amplísima capacidad productiva, entendido como base de nuestro desarrollo.

En la pluma de Belgrano, expandida por las páginas de la prensa y en los papeles del Consulado, la agricultura y el problema de la tierra pasan a ser fundamentales, como motor para el crecimiento de los pueblos del Plata. Con esta preocupación también se planteaba la de los hombres y mujeres que vivían en estas tierras, llenas de miserias, penurias y padecimientos. De allí la permanente alusión al valor de la educación, la distribución de las riquezas y la necesidad de poner fin a los privilegios.

Lo que analizó en sus textos, lo que conoció en sus estudios ? ya sea en las universidades españolas o en los libros a los que tuvo acceso en Europa y en su retorno a América-, pudo completarlo con una profunda experiencia de los problemas concretos del país. Pericia ganada al frente de las fuerzas revolucionarias que iban construyéndose en la misma marcha sobre la geografía rioplatense. La realidad de los pueblos del Litoral, de la Pampa, del Paraguay, del Noroeste, fue surgiendo ante la mirada atenta de Belgrano, que pudo conocer de cerca los acuciantes desafíos que la vida diaria de la gente proponía a las teorías que habían macerado su pensamiento y su acción. Todo ello mientras cargaba con el peso de la organización de un Ejército para sostener la por momentos endeble situación revolucionaria.

En esta historia tantas veces relatada, es tiempo de pensar a Belgrano en clave santafesina. Nuestra provincia lo vio surcar los campos liderando la marcha de los soldados que marchaban al Paraguay y al Alto Perú. El accionar revolucionario del General Manuel Belgrano está íntimamente ligado al territorio santafesino. Es momento de empezar a conocer que gran parte de su ideario, de sus prácticas políticas, de sus preocupaciones, de sus renunciamientos, se forjaron en las largas travesías por el suelo de Santa Fe, ese terruño que ha ocupado un lugar estratégico durante la década de 1810, en la que se despliega febrilmente el proyecto belgraniano.

Entre finales de 1810 y comienzos del año siguiente, el nombramiento de Belgrano a cargo de las tareas de defensa de los flancos aledaños a las barrancas del Paraná y del comando revolucionario que se dirigía al Paraguay, tornaron obligado su paso por las áreas pertenecientes a la carrera al Paraguay, que unía Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, con la ciudad de Asunción. Desde San Nicolás de los Arroyos a Santa Fe, sobre el camino trazado a la vera del formidable río Paraná, fue reclutando soldados que se sumaron a los que el gobierno de la Revolución pudo poner a su cargo en Buenos Aires. Santa Fe comenzaba a brindar sus brazos, sus energías y sus recursos, para sostener el cambio iniciado el 25 de Mayo de 1810 en el Cabildo de Buenos Aires.

Las postas y emplazamientos de Arroyo Seco, Pueblo y Capilla de Nuestra Señora del Rosario, Espinillo, San Lorenzo, Posta del Río Carcarañá, Las Barrancas, Pueblo de Coronda o Colastiné, Posta de Lomas o Monte Bragado, Monte de los Padres, Paso del Río Salado de Santo Tomé y Santa Fe, son tantas huellas en nuestra provincia, de su paso apurado en busca de apoyos para el nuevo gobierno. Son además marcas que indican que su presencia no fue solamente pasajera, ya que en cada caserío, ranchada o ciudad a la que llegaba, establecía la seria necesidad de hacer cumplir con los mandatos de brindar educación a sus pobladores, condición imprescindible para su construcción como ciudadanos preocupados por su patria.

Lo mismo lo vemos hacer cuando cruza hacia los vecinos terruños mesopotámicos, en las actuales Entre Ríos y Corrientes, en las que quedan guardadas para siempre las historias de sus fundaciones, Mandisoví y Curuzú Cuatiá, sobre las que despliega su condición de organizador de pueblos, legislador y promotor del crecimiento económico y la prosperidad social, como casi siempre, con el mínimo de recursos y el máximo de voluntad revolucionaria.

Nuevamente en 1812, su historia personal y la del país que se estaba conformando, quedaron atados en unión indisoluble a Santa Fe. La Villa del Rosario fue el escenario de su obra magna, la creación de la Bandera que identificó a los ejércitos de la Revolución y luego a un país entero. Pero también es el ámbito en el que nacieron las baterías de artillería que -con el objetivo de proteger el territorio de las avanzadas realistas que asolaban desde Montevideo- tomaron los nombres de Independencia y Libertad, afianzando aún más el vínculo de nuestra provincia con el proyecto de construcción de un país soberano presente en su visión de la Revolución.

Los territorios del sur provincial también conocieron el paso de nuestro Prócer, en su largo camino hacia el Alto Perú, para reorganizar el Ejército del Norte que tenía la función de sostener el proyecto revolucionario en las provincias arribeñas. El vencedor de Tucumán y Salta (1812-1813), caído luego en los campos de Vilcapugio y Ayohúma, forjó sus bases de operaciones muchas veces, hasta el momento cercano a su renuncia y muerte (1819-1820), en los ranchos flacos de las postas del sur santafesino. En las postas del Arroyo Pavón, Sauce, Los Manantiales, Cañada de la Candelaria, Desmochados, Arequito, Guardia de la Esquina, dejó marcas de su pensamiento político, de su preocupación por la suerte de la revolución y de estas tierras. También se llevó, seguramente, una visión descarnada de lo que debían pasar los habitantes de esta sufrida zona del antiguo Virreinato, antecesores muchos de ellos de antiguos pobladores de los actuales distritos donde se situaban estos emplazamientos. Ya retirado de la acción por el avance de su enfermedad, parte del Ejército del Norte que supo encabezar, se amotinó en la posta de Arequito, el 8 de enero de 1820, poniéndose fin días después (Cepeda, 1 de febrero de 1820) a la traumática experiencia revolucionaria de una década y abriendo paso a nuevos debates, nuevos conflictos, en los que las fuerzas del federalismo santafesino tendrían un papel predominante.

Periodista, economista, pensador, legislador, jefe militar, político revolucionario, pedagogo; Belgrano fue ante todo un activo constructor de proyectos, un reformador social que consideró esencial pensar para luego proyectar y más tarde intentar hacer. Hizo lo que sus máximos esfuerzos le permitieron en una crítica etapa, marcada por las sinuosidades de una revolución que ahogó a muchos de sus protagonistas y asfixió grandes ideas y entusiastas programas de acción.

A 254 años de su nacimiento y 204 años de su muerte, Belgrano sigue siendo indispensable a la hora de entender muchos de nuestros dramas, angustias y limitaciones. Y al momento de saber, con entusiasmo, las inmensas posibilidades y los caminos con que contamos aún, para definir ese país que, al igual que en sus sueños, sigue siendo nuestro horizonte.

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